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Vlad el Empalador - Grabado 1488 |
La mañana del 29 de mayo de 1453, los turcos otomanos dirigidos por el sultán Mehmed II el Conquistador, ponían fin a más de mil años de existencia del Imperio Bizantino tomando su capital, Constantinopla, a la que cambiaron su nombre por el de Estambul. Otros territorios como Grecia, Bosnia, Serbia, acabaron formando parte también de las conquistas de Mehmed II, en su avance por el viejo continente hacia los dominios del, por entonces, Reino de Hungría. Un avance que no resultaría fácil, por la resistencia que encontró en algunos lugares como Albania o el Principado de Valaquia.
En esta pequeña región, situada en tierras de la actual Rumanía, el Conquistador se encontró con la oposición del príncipe Vlad III. Su padre, Vlad II, había pertenecido a la Orden del Dragón, fundada en 1408 para defender la Santa Cruz y luchar contra los enemigos de la Cristiandad, por lo que recibió el apodo de Dracul (el Dragón), símbolo de aquella orden. Para los rumanos, en cambio, Dracul significaba Demonio, el ser con el que ellos relacionaban a los dragones. Vlad II sería conocido, por tanto, entre las gentes de su país como el Demonio y su hijo, llamado Vlad Draculea, sería Vlad el Hijo del Demonio.
Vlad Draculea había nacido en Transilvania en 1431 y atravesó por dramáticos momentos en su infancia cuando, a los trece años, fue entregado por su padre como rehén a los otomanos, en prueba de sumisión al sultán. A su regreso, tres años después, su padre había muerto apaleado por algunos nobles de la región, que, además, habían enterrado vivo a su hermano, tras arrancarle los ojos. Todo aquello sirvió, probablemente, para forjar la cruel personalidad de un hombre, que habría de convertirse en el siniestro protagonista de un sinfín de terribles y negros episodios, de los que aún hoy resulta difícil separar la leyenda de la realidad. Vlad Draculea supo moverse, a partir de entonces, buscando el apoyo de turcos o cristianos, en función a lo que más le conviniera en cada momento para alcanzar el poder, llegando a convertirse en el príncipe Vlad III de Valaquia en 1456. Empezaba así una parte de la historia, tan horrible y sangrienta, que cuesta creer que hubiera sucedido de verdad.
Se cuenta de él, que fue despiadado con todos aquellos que le negaron su apoyo, llegando a realizar ejecuciones masivas en las ciudades que se oponían a negociar con él o a pagarle tributos, poniendo en práctica un espantoso castigo, que había visto realizar a los turcos durante sus años como rehén. Consistía en ensartar a las personas en largos palos que se clavaban en el suelo, donde los desdichados sufrían una larga agonía, hasta que morían desangrados entre terribles dolores. Una práctica por la que pasó a ser conocido como Vlad Tepes, es decir, el Empalador. Así, la leyenda de nuestro protagonista se fue alimentando de brutales episodios, que nos hablan de ciudades en las que hacía empalar a miles de personas, para sentarse después a cenar tranquilamente, mientras contemplaba la angustia y el dolor que padecían aquellos pobres desgraciados antes de morir. Tanto turcos, como cristianos, fueron víctimas del odio y la ira que lo acompañaron durante toda su vida, de los cuales dio una clara muestra con la venganza que llevó a cabo contra los boyardos (nobles terratenientes eslavos), a los que culpó de las muertes de su padre y su hermano. Tras reunirlos a todos ellos y a sus familias en 1459, invitándolos cordialmente a una gran cena de Pascua, a la que pidió que asistieran con sus ropas más elegantes, hizo empalar a los más viejos, obligando a los más jóvenes a ir caminando hasta un lugar en el que había las ruinas de un viejo castillo. Allí, los que sobrevivieron a la caminata, tuvieron que trabajar hasta la muerte en la reconstrucción de aquel castillo, que más tarde le serviría de hogar.
La guerra contra los ejércitos otomanos de Mehmed II, protagonizó algunos de los episodios más sangrientos de la historia de Vlad III. Con apenas 10.000 hombres, se enfrentó a un ejército turco muy superior en número, utilizando tácticas de guerrilla y atacando por la noche, mediante pequeños grupos armados que se deslizaban en silencio entre las sombras. Consiguió así apresar a miles de turcos, a los que sometió a las más terribles torturas, cortándoles pies, manos, orejas o haciéndoles morir empalados. La leyenda del Hijo del Demonio y su fama de sanguinario se acrecentaron aún más cuando, en 1461, ordenó talar un bosque entero para hacer estacas con sus árboles, en las que fueron empalados 23.000 prisioneros. La dantesca visión de aquel macabro Bosque de Empalados, hizo que Mehmed II regresara enfermo a Estambul, mientras que Vlad III, crecido por aquellas victorias, avanzó con sus hombres hostigando a las huestes turcas cada vez más diezmadas. El sultán organizó entonces un poderoso ejército de más de 200.000 hombres dispuestos a ocupar el Principado de Valaquia, pero Vlad emprendió una estrategia de tierras quemadas, evacuando las aldeas, envenenando los pozos de agua y quemando las cosechas para que no quedara ni un solo grano de trigo con el que pudiera alimentarse el enemigo. Así, sufriendo miles de bajas por los ataque de los valacos, sin víveres con los que alimentarse y víctimas de una terrible epidemia de peste que les provocó un gran número de muertes, las tropas otomanas se presentaron ante la capital de Valaquia, Târgoviste, donde una imagen espeluznante les estaba esperando. Las murallas de la ciudad aparecían rodeadas por más de 20.000 personas que habían sido empaladas, entre las que había turcos, pero también valacos súbditos de Vlad. Mehmed II, convencido de que era imposible luchar contra el Diablo, decidió retirarse, mientras que en Estambul, los ciudadanos huían aterrorizados de la ciudad, por miedo a la llegada de aquel temible Empalador al que precedía su reputación de salvaje asesino.
Sin embargo, en 1462, Vlad Draculea era hecho prisionero y encerrado en una cárcel, de la que saldría, no se sabe muy bien por qué, doce años más tarde, consiguiendo recuperar de nuevo su trono en 1476. Pero para entonces, se había ganado ya muchos enemigos que no estaban dispuestos a aceptarlo y tan solo tres días después, caía en una emboscada junto a doscientos hombres de su guardia personal, de la que solo diez sobrevivieron. Esta vez sí, se había dado muerte a Vlad III el Empalador y su cara y su cabellera fueron separadas del cráneo, para enviarlas como trofeo a Estambul, mientras que su cuerpo era enterrado en un monasterio de una pequeña isla, en medio del lago Snagov, en Bucarest. Aunque, según parece, como la presencia de aquel siniestro personaje no hacía mucha gracia a los monjes que vivían allí, decidieron trasladarlo a una tumba fuera de él, que años más tarde fue destrozada por una riada. Los restos aparecieron en el lago aún con sus ropas, pero, misteriosamente, volvieron a desaparecer unos años después y nunca más se han vuelto a encontrar.
Las leyendas negras sobre la vida de aquel aterrador personaje, del que se contaba que disfrutaba bebiéndose la sangre de sus víctimas, se mantuvieron en el tiempo, dando lugar a infinidad de mitos que se extendieron por todos los rincones de Transilvania y más tarde por toda Europa Central, donde, ya en el siglo XVII, se empezó a hablar de extraños seres "no muertos" que necesitaban salir de sus tumbas para alimentarse de sangre, volviendo después a ellas. El temor a aquellos vampiros se propagó por todas las aldeas, haciendo caer a la gente en una locura desatada por el miedo, que les llevaría a recorrer los cementerios, abriendo las tumbas, para clavar estacas en el pecho de los difuntos, en la creencia de que así estarían realmente muertos y no podrían levantarse nunca más. La literatura gótica de los siglos XVII y XVIII, encontraría en todas estas leyendas una prolífica fuente de la que alimentarse. Pero la obra más importante, llegaría en 1897 de la mano del escritor irlandés Bram Stoker, que se inspiraría en el personaje de Vlad Draculea para escribir una novela a la que tituló Drácula, en la que se funden todos aquellos viejos mitos sobre vampiros, que en otro tiempo estremecieron a una gran parte de Europa. Una novela que llegó a estar durante muchos años prohibida en Rumanía, donde Vlad Tepes, debido a la lucha que mantuvo contra el invasor turco, fue considerado un héroe nacional.
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