domingo, 30 de diciembre de 2012

Los Belos y el Fin de Año

Hubo un tiempo, hace ya más de dos mil años, en el que los Belos ocupaban una pequeña parte de la Península Ibérica, más concretamente algunas tierras que, en la actualidad, pertenecen a Aragón y a Castilla y León. Los Belos eran un pueblo celtíbero, que vivía de la agricultura y de la ganadería, además de tener una importante industria textil y de fabricar armas que alcanzaron un gran prestigio en aquella época. La ciudad más importante de los Belos era Segeda, emplazada en una colina  reforzada defensivamente (lo que los romanos conocían como oppidum), que se encontraba en la actual comarca de Calatayud, entre Mara y Belmonte de Gracián.


La ciudad de Segeda había llegado a un acuerdo con los romanos en el año 179 a. C., por el cual Roma se comprometía a mantener la paz con los Belos y a permitirles acuñar moneda propia, a cambio de una cantidad de impuestos que los celtíberos debían de pagar cada año y de comprometerse a no ampliar sus ciudades. Sin embargo, veinticinco años después, en el 154 a. C., los Belos decidieron ampliar sus murallas para que alcanzaran un perímetro de ocho kilómetros. Roma interpretó aquella acción como una ruptura del tratado y decidió iniciar inmediatamente los preparativos para la guerra.


Para dirigir la operación se decidió nombrar a un cónsul, en vez de a un pretor, como hubiera sido lo normal. Aquello suponía un gran problema, ya que designar a los cónsules era algo que se hacía el primer día del año político-administrativo de Roma, es decir el 15 de marzo. Pero, si se esperaba hasta esa fecha, la maquinaria de guerra romana no estaría en marcha hasta el otoño y aquello significaba afrontar las hostilidades con una complicada situación climatológica. Tal debía de ser la importancia que Segeda tenía para Roma, que fue preciso adelantar las fechas, aunque aquello supusiera cambiar totalmente el calendario. Y así fue, el 1 de enero se nombraron a los cónsules y, a partir de entonces, esa sería la nueva fecha que marcaría el inicio del año hasta nuestros días.


Así es como un pequeño territorio aragonés, influyó hace dos milenios en los acontecimientos del mundo, hasta el punto de cambiar el calendario que actualmente marca nuestras vidas.


Roma consiguió preparar todo para iniciar la campaña a principios del verano, enviando un poderoso ejército de 30.000 hombres. Los Belos, por su parte, se aliaron con los arévacos, otro importante pueblo peninsular que habitaba un territorio cuya capital era la ciudad de Numancia, donde buscaron refugio los habitantes de Segeda, dejando vacía una ciudad que fue arrasada por las tropas romanas al mando de Quinto Fulvio Nobilior. Sin embargo, los celtíberos, mandados por Caro de Segeda, prepararon poco después una emboscada en la que causaron más de 6.000 muertes entre las legiones romanas. La guerra fue larga y dura y el invierno siguiente llegó sin que se hubiera resuelto el conflicto, provocando otro gran número de bajas entre los romanos. Al año siguiente, Roma trató de solucionar aquel problema nombrando un nuevo cónsul, Claudio Marcelo, que buscó algún acercamiento más diplomático y a punto estuvo de conseguirlo, pero no tardaron en surgir de nuevo las hostilidades, que acabarían desembocando, con el paso del tiempo, en la célebre guerra contra Numancia, de triste recuerdo por su trágico, aunque heroico final. Pero esa es ya otra historia, de la que, posiblemente, nos ocuparemos en otra ocasión.
Feliz Año Nuevo.

Foto: As de Segeda.
Documento procedente del archivo del arqueólogo e historiador Francisco Burillo Mozota. 
Extraído de: http://catedu.es/aragonromano/segeda.htm


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jueves, 20 de diciembre de 2012

El día del fin del Mundo


Hoy es 20 de diciembre del año 2012 y medio mundo está pendiente de qué pasará mañana. Pendiente de si será verdad el rumor que lleva circulando desde hace tiempo. Un rumor, supuestamente basado en una profecía de los mayas, según la cual mañana sería el día marcado para el fin del mundo. Un mundo que mientras tanto sigue, cómo no, a lo suyo. Mientras algunos rematan sus asuntos preparándose para lo peor, la mayoría seguimos haciendo las cosas habituales en nuestra vida. Será porque, a nuestros años, ya hemos pasado por varios días en los que se suponía que el mundo se iba a acabar y a la mañana siguiente volvía a salir el sol. Eso sí, a veces algo nublado.

Toda esta historia se basa en una antigua creencia de los mayas, una civilización que poseía grandes conocimientos de astronomía, gracias a los cuales fueron capaces de definir los ciclos de algunos de los planetas de nuestro sistema solar. Su minuciosa observación de los cielos, les permitió crear un modelo de calendario bastante preciso. Así, nos encontramos con que, según sus creencias, la historia de nuestro planeta estaba formada por diferentes ciclos a los que ellos llamaban Mundos. Cada Mundo tenía una duración de 1.872.000 días, al término de los cuales se acababa ese Mundo y empezaba otro nuevo. Algo así como si en nuestro calendario cambiáramos de siglo o de milenio. Ellos vivían en el cuarto Mundo de la historia de la tierra, que había empezado en el que para nosotros habría sido el 13 de agosto del año 3144 a. C. y que, por tanto, se habría de terminar el 21 de diciembre del 2012, es decir, mañana.

A partir de aquí, todo lo demás son interpretaciones libres que cada uno pueda hacer. Sin embargo, ellos no dijeron que el mundo se fuera a destruir físicamente, ni predijeron ninguno de los múltiples cataclismos terminales que podemos oír estos días. La cosa es mucho más sencilla. Mañana se acabaría un ciclo de la vida de la tierra y empezaría otro diferente, lo cual a algunos nos permite ser unos privilegiados que no solo habríamos vivido un cambio de siglo y de milenio, sino también un cambio de Mundo, según las creencias mayas. El cambio de siglo y el de milenio, pasaron sin pena ni gloria y desde entonces, todo sigue más o menos igual para la humanidad, si no peor. Esperemos que la civilización maya tuviera razón y mañana empiece una nueva etapa en la Tierra, pero, a ser posible, para mejor. 


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domingo, 9 de diciembre de 2012

Rosa Parks

El 12 de abril de 1861, estallaba en Estados Unidos la Guerra de Secesión. Un conflicto que surgió a partir de la división del país en dos ideas totalmente opuestas. El Norte, cuyos estados se basaban en una economía más industrial y que pugnaba por la abolición de la esclavitud y el Sur, con unos estados que se apoyaban en una economía agraria, que les resultaba enormemente rentable gracias a la barata mano de obra de los esclavos negros. Cuatro años después, el Norte se alzaba con la victoria de una guerra que había costado la vida a más de un millón de personas. Sin embargo, cuatro millones de esclavos negros fueron liberados y en la constitución de los Estados Unidos se incluyeron tres nuevas enmiendas: una que prohibía la esclavitud; otra que extendía las protecciones legales federales a todos los ciudadanos, independientemente de su raza y la tercera que abolía las restricciones raciales para votar.


Noventa años después, los negros eran libres, sí, pero tenían que vivir bajo la humillación que había supuesto la promulgación de unas leyes, que segregaban su raza de la de los blancos, dejándolos en una situación de clara inferioridad y marginación dentro de la sociedad. No podían entrar en los lugares establecidos para los blancos, como bares o restaurantes; tenían sus propias escuelas y, bajo ningún concepto, podían utilizar los aseos para blancos en los que solía haber letreros con un rotundo Negros No. Así, en los lugares comunes, tenían un espacio apartado para ellos, como sucedía en los autobuses públicos, donde los negros debían de entrar por delante para pagar al conductor y luego, bajarse y entrar de nuevo por la puerta de atrás, para sentarse en la parte trasera donde estaban los asientos destinados para ellos, mientras que los delanteros estaban reservados para los blancos y los del medio podían usarlos las personas de raza negra, siempre y cuando no hubiera un blanco que necesitara sentarse, ante lo cual debían de levantarse y cederle el sitio.

Rosa Parks

Eso mismo sucedió el 1 de diciembre de 1955 en Montgomery, Alabama, cuando una mujer llamada Rosa Parks, que trabajaba como secretaria en la Asociación Nacional para el Avance del Pueblo de Color, subió al autobús y se sentó en uno de aquellos asientos que debían de ceder si era necesario. Poco después subió un muchacho blanco y al estar todos los asientos ocupados se quedó de pie, pero el conductor paró el autobús y ordenó levantarse a los negros que ocupaban los asientos comunes. Así lo hicieron de inmediato tres hombres, mientras que la mujer se mantuvo sentada sin obedecer las órdenes del conductor, que la amenazó con avisar a la policía para que la arrestaran.

- ¡Puede hacerlo! - fue su única respuesta.
Y así fue, Rosa Parks pasó la noche en una celda, por perturbar el orden público y tuvo que pagar una multa de catorce dólares.



Seguramente, pequeñas rebeliones como aquella, habría muchas a lo largo de la historia con mayores o menores consecuencias para sus protagonistas. Diez años antes, otra mujer había actuado igual. Pero la de Rosa fue diferente, por la enorme repercusión que tuvo. El incidente hizo que las asociaciones en favor de los derechos civiles y contra de la segregación salieran a la calle y un hombre, Martin Luther King, un pastor bautista aún no muy conocido en aquel momento, dirigió la protesta contra la empresa de transporte público, que fue sometida a un boicot que duró 382 días. Un año después, su caso llegaba a la Corte Suprema de los Estados Unidos, que declaraba que la segregación era inconstitucional, consiguiendo que en todo el país se invalidara cualquier ley que posibilitara la marginación de cualquier persona por su raza.



La historia del mundo está llena de grandes y célebres personajes, la mayoría de ellos famosos por sus conquistas, por sus hazañas o por su poder. Sin embargo, a veces hay personas más humildes y sencillas, que simplemente están hartas de cómo funcionan las cosas y un día, como hizo Rosa Parks, deciden no seguir aceptando las reglas del juego y dicen ¡NO! Y ese pequeño gesto cambia el mundo.



Rosa Parks murió el 24 de octubre del año 2005, a la edad de 92 años, tras haber recibido en 1999 la Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos, que en su leyenda reza:

Madre del Movimiento por los Derechos Civiles moderno.
  
  
Foto: Rosa Parks posa en 1956 sentada en el autobús del conflicto.
United Press photo - New York World-Telegram & Sun Collection
Extraída de: Wikipedia


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viernes, 30 de noviembre de 2012

La legión perdida



Tras reducir a los galos, Julio César dirigió su mirada hacia Britania, haciendo una primera incursión en las islas en el año 55 a. C. El resultado fue el sometimiento de un gran número de tribus británicas, a las que impuso el pago de fuertes tributos. Sin embargo, no sería hasta el año 43 de nuestra era, cuando el emperador Claudio planificara y dispusiera la verdadera invasión, tras un amago de Calígula tres años antes. Así, cuatro legiones al mando del general Aulo Placio, compuestas por 20.000 soldados a los que habría que sumar otros tantos auxiliares, se dispusieron para la ocupación de las islas. Una de aquellas legiones era la Legio IX Hispana.

La Hispana, había sido formada en el año 60 a. C., por hombres reclutados principalmente en Hispania, para participar en la pacificación de la Galia junto a Julio César. Más tarde, en el año 13 d. C., fue trasladada a los Balcanes, hasta que fue elegida por Claudio para formar parte del ejército que envió a Britania, donde se tuvieron que enfrentar a la valiente resistencia de las tribus autóctonas. La Legio IX se instaló en Lincoln en el año 60 d. C., desde donde participó en la lucha contra la célebre Boudicca, líder de los icenos. En el año 70 fue enviada a Eboracum (York), donde colaboró en la construcción de una calzada que comunicaba con Londinium (Londres) y más tarde luchó contra las tribus de Caledonia (Escocia), participando victoriosamente en la batalla de Mons Graupius en el año 83, para después regresar de nuevo a Eboracum.

Roma conseguirá conquistar la mayor parte del territorio britano, salvo una pequeña zona de Gales y las tierras del norte, donde la situación resulta más complicada. Allí se tienen que enfrentar a tribus salvajes que conocen bien el terreno. Caledonios y pictos, con los cuerpos tatuados de azul, ofrecen una brutal resistencia y Roma sufre numerosas bajas. En el año 115, la Legio IX Hispana es destinada a esas tierras, interviniendo activamente en la sangrienta lucha contra aquellas tribus del norte, que no conocían el significado de las palabras indulgencia y rendición. Así, según parece, en algún momento entre los años 115 y 117, la Hispana se adentra en los territorios que habitan sus más terribles enemigos, desapareciendo en sus montañas para siempre.

En el año 122, el emperador Adriano ordena la construcción de una muralla que va de costa a costa a lo largo de 117 kilómetros, cuya función sería la de proteger los territorios conquistados de los ataques de aquellos pueblos rebeldes. Aquella muralla, que marcaría la frontera norte del Imperio Romano y de la que aún hoy se conservan algunos restos, es conocida como el Muro de Adriano.

De la Legio IX nunca se supo nada más,  a pesar de que se enviaron varias expediciones en su búsqueda. La teoría más probable es que fueran aniquilados por los pictos, pero lo extraño es que una legión con unos 5000 soldados desaparezca sin dejar rastro, ni cadáveres, ni ropa, ni armas tiradas en algún sitio, nada. Existe alguna teoría que dice que fue enviada a tierras de lo que hoy es Holanda, hasta que en el año 131 partió hacia Oriente donde fue totalmente aniquilada. Sin embargo, no hay nada claro sobre esto. La documentación conservada de aquella época, permite recomponer con bastante exactitud la historia de las diferentes legiones romanas, su recorrido y, por supuesto, su final, pero hay que tener en cuenta que había la costumbre de prohibir el recuerdo de aquellas que habían sido aniquiladas o deshonradas por huir del campo de batalla. 

Como quiera que sea, la Legio IX Hispana desapareció para siempre entre la niebla de una fría mañana, adentrándose así en la eternidad que confieren los mitos. 

La imagen del estandarte procede de la web: www.imperium-romanum.info


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lunes, 19 de noviembre de 2012

Vlad el Empalador - El terror entre el mito y la realidad

Vlad el Empalador - Grabado 1488

La mañana del 29 de mayo de 1453, los turcos otomanos dirigidos por el sultán Mehmed II el Conquistador, ponían fin a más de mil años de existencia del Imperio Bizantino tomando su capital, Constantinopla, a la que cambiaron su nombre por el de Estambul. Otros territorios como Grecia, Bosnia, Serbia, acabaron formando parte también de las conquistas de Mehmed II, en su avance por el viejo continente hacia los dominios del, por entonces, Reino de Hungría. Un avance que no resultaría fácil, por la resistencia que encontró en algunos lugares como Albania o el Principado de Valaquia.


En esta pequeña región, situada en tierras de la actual Rumanía, el Conquistador se encontró con la oposición del príncipe Vlad III. Su padre, Vlad II, había pertenecido a la Orden del Dragón, fundada en 1408 para defender la Santa Cruz y luchar contra los enemigos de la Cristiandad, por lo que recibió el apodo de Dracul (el Dragón), símbolo de aquella orden. Para los rumanos, en cambio, Dracul significaba  Demonio, el ser con el que ellos relacionaban a los dragones. Vlad II sería conocido, por tanto, entre las gentes de su país como el Demonio y su hijo, llamado Vlad Draculea, sería Vlad el Hijo del Demonio.

Vlad Draculea había nacido en Transilvania en 1431 y atravesó por dramáticos momentos en su infancia cuando, a los trece años, fue entregado por su padre como rehén a los otomanos, en prueba de sumisión al sultán. A su regreso, tres años después, su padre había muerto apaleado por algunos nobles de la región, que, además, habían enterrado vivo a su hermano, tras arrancarle los ojos. Todo aquello sirvió, probablemente, para forjar la cruel personalidad de un hombre, que habría de convertirse en el siniestro protagonista de un sinfín de terribles y negros episodios, de los que aún hoy resulta difícil separar la leyenda de la realidad. Vlad Draculea supo moverse, a partir de entonces, buscando el apoyo de turcos o cristianos, en función a lo que más le conviniera en cada momento para alcanzar el poder, llegando a convertirse en el príncipe Vlad III de Valaquia en 1456. Empezaba así una parte de la historia, tan horrible y sangrienta, que cuesta creer que hubiera sucedido de verdad.


Se cuenta de él, que fue despiadado con todos aquellos que le negaron su apoyo, llegando a realizar ejecuciones masivas en las ciudades que se oponían a negociar con él o a pagarle tributos, poniendo en práctica un espantoso castigo, que había visto realizar a los turcos durante sus años como rehén. Consistía en ensartar a las personas en largos palos que se clavaban en el suelo, donde los desdichados sufrían una larga agonía, hasta que morían desangrados entre terribles dolores. Una práctica por la que pasó a ser conocido como Vlad Tepes, es decir, el Empalador. Así, la leyenda de nuestro protagonista se fue alimentando de brutales episodios, que nos hablan de ciudades en las que hacía empalar a miles de personas, para sentarse después a cenar tranquilamente, mientras contemplaba la angustia y el dolor que padecían aquellos pobres desgraciados antes de morir. Tanto turcos, como cristianos, fueron víctimas del odio y la ira que lo acompañaron durante toda su vida, de los cuales dio una clara muestra con la venganza que llevó a cabo contra los boyardos (nobles terratenientes eslavos), a los que culpó de las muertes de su padre y su hermano. Tras reunirlos a todos ellos y a sus familias en 1459, invitándolos cordialmente a una gran cena de Pascua, a la que pidió que asistieran con sus ropas más elegantes, hizo empalar a los más viejos, obligando a los más jóvenes a ir caminando hasta un lugar en el que había las ruinas de un viejo castillo. Allí, los que sobrevivieron a la caminata, tuvieron que trabajar hasta la muerte en la reconstrucción de aquel castillo, que más tarde le serviría de hogar. 


La guerra contra los ejércitos otomanos de Mehmed II, protagonizó algunos de los episodios más sangrientos de la historia de Vlad III. Con apenas 10.000 hombres, se enfrentó a un ejército turco muy superior en número, utilizando tácticas de guerrilla y atacando por la noche, mediante pequeños grupos armados que se deslizaban en silencio entre las sombras. Consiguió así apresar a miles de turcos, a los que sometió a las más terribles torturas, cortándoles pies, manos, orejas o haciéndoles morir empalados. La leyenda del Hijo del Demonio y su fama de sanguinario se acrecentaron aún más cuando, en 1461, ordenó talar un bosque entero para hacer estacas con sus árboles, en las que fueron empalados 23.000 prisioneros. La dantesca visión de aquel macabro Bosque de Empalados, hizo que Mehmed II regresara enfermo a Estambul, mientras que Vlad III, crecido por aquellas victorias, avanzó con sus hombres hostigando a las huestes turcas cada vez más diezmadas. El sultán organizó entonces un poderoso ejército de más de 200.000 hombres dispuestos a ocupar el Principado de Valaquia, pero Vlad emprendió una estrategia de tierras quemadas, evacuando las aldeas, envenenando los pozos de agua y quemando las cosechas para que no quedara ni un solo grano de trigo con el que pudiera alimentarse el enemigo. Así, sufriendo miles de bajas por los ataque de los valacos, sin víveres con los que alimentarse y víctimas de una terrible epidemia de peste que les provocó un gran número de muertes, las tropas otomanas se presentaron ante la capital de Valaquia, Târgoviste, donde una imagen espeluznante les estaba esperando. Las murallas de la ciudad aparecían rodeadas por más de 20.000 personas que habían sido empaladas, entre las que había turcos, pero también valacos súbditos de Vlad.  Mehmed II, convencido de que era imposible luchar contra el Diablo, decidió retirarse, mientras que en Estambul, los ciudadanos huían aterrorizados de la ciudad, por miedo a la llegada de aquel temible Empalador al que precedía su reputación de salvaje asesino.

Sin embargo, en 1462, Vlad Draculea era hecho prisionero y encerrado en una cárcel, de la que saldría, no se sabe muy bien por qué, doce años más tarde, consiguiendo recuperar de nuevo su trono en 1476. Pero para entonces, se había ganado ya muchos enemigos que no estaban dispuestos a aceptarlo y tan solo tres días después, caía en una emboscada junto a doscientos hombres de su guardia personal, de la que solo diez sobrevivieron. Esta vez sí, se había dado muerte a Vlad III el Empalador y su cara y su cabellera fueron separadas del cráneo, para enviarlas como trofeo a Estambul, mientras que su cuerpo era enterrado en un monasterio de una pequeña isla, en medio del lago Snagov, en Bucarest. Aunque, según parece, como la presencia de aquel siniestro personaje no hacía mucha gracia a los monjes que vivían allí, decidieron trasladarlo a una tumba fuera de él, que años más tarde fue destrozada por una riada. Los restos aparecieron en el lago aún con sus ropas, pero, misteriosamente, volvieron a desaparecer unos años después y nunca más se han vuelto a encontrar.


Las leyendas negras sobre la vida de aquel aterrador personaje, del que se contaba que disfrutaba bebiéndose la sangre de sus víctimas, se mantuvieron en el tiempo, dando lugar a infinidad de mitos que se extendieron por todos los rincones de Transilvania y más tarde por toda Europa Central, donde, ya en el siglo XVII, se empezó a hablar de extraños seres "no muertos" que necesitaban salir de sus tumbas para alimentarse de sangre, volviendo después a ellas. El temor a aquellos vampiros se propagó por todas las aldeas, haciendo caer a la gente en una locura desatada por el miedo, que les llevaría a recorrer los cementerios, abriendo las tumbas, para clavar estacas en el pecho de los difuntos, en la creencia de que así estarían realmente muertos y no podrían levantarse nunca más. La literatura gótica de los siglos XVII y XVIII, encontraría en todas estas leyendas una prolífica fuente de la que alimentarse. Pero la obra más importante, llegaría en 1897 de la mano del escritor irlandés Bram Stoker, que se inspiraría en el personaje de Vlad Draculea para escribir una novela a la que tituló Drácula, en la que se funden todos aquellos viejos mitos sobre vampiros, que en otro tiempo estremecieron a una gran parte de Europa. Una novela que llegó a estar durante muchos años prohibida en Rumanía, donde Vlad Tepes, debido a la lucha que mantuvo contra el invasor turco, fue considerado un héroe nacional.


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sábado, 10 de noviembre de 2012

Una mente fantástica

La conquista del espacio por parte del ser humano, es algo que hoy en día vivimos con bastante naturalidad. Ya estamos acostumbrados a ver transbordadores o estaciones espaciales que dan vueltas sobre nuestras cabezas, con astronautas de diferentes nacionalidades que conviven en ellas durante largos periodos de tiempo y, pronto, el turismo espacial va a dejar de ser privilegio de unos pocos, para pasar a estar un poco más "al alcance" de todos.

Portada de Viajes Extraordinarios

Sin embargo, hace relativamente poco tiempo que todo esto sucede. Apenas tenía yo cinco años cuando el hombre pisaba la Luna por primera vez y algunos años antes nadie sabía cómo hacer que eso fuera posible. ¿Nadie? ¡¡No!! Alguien, con una mente fantástica, fue capaz de imaginar ese viaje 104 años antes de que ocurriera. Su nombre era Jules Gabriel Verne, más conocido por nosotros como Julio Verne.


Julio Verne nacía en la localidad francesa de Nantes, un 8 de febrero del año 1828, siendo el mayor de cinco hermanos, hijos de un abogado que gozaba de una buena posición económica. Desde muy niño demostró tener un gran talento y ser un buen estudiante, destacando en muchas asignaturas, especialmente en geografía. Además, sentía una gran curiosidad por la ciencia, que le llevaría a devorar y coleccionar artículos científicos durante toda su vida. Las historias que una maestra le contaba, sobre las aventuras de su marido marinero, despertarán su imaginación y su afición por escribir. Afición que empezó a desarrollar a los once años, cuando su padre, tras hacerlo bajar de un barco en el que intentaba escapar a la India, a buscarle un collar de perlas a su prima Caroline, de quién estaba profundamente enamorado, lo castigó severamente y le hizo prometer que nunca más iba a viajar a ningún sitio y, si quería viajar, solo podría hacerlo con la imaginación. Aquello motivaría que aquel muchacho empezara a escribir. Pequeñas historias y poemas, al principio, y algunas piezas de teatro, más tarde.

En 1848, cuando tenía veinte años, viaja a París para estudiar derecho, tras ser rechazado por su prima, que acabaría casándose con otro, lo que, probablemente, fuera el origen de un fuerte sentimiento misógino que le acompañó durante toda su vida. En la capital francesa, malvive con una pequeña asignación que su padre le envía y que apenas le llega para vivir, mucho menos cuando la mayoría del dinero se lo gastaba en libros. Allí, asiste a todas las tertulias literarias que puede y un buen día conoce al gran Alejandro Dumas, con quien, tras un mal tropiezo en la calle, entabla una profunda amistad. Dumas será un importante apoyo para él y le ayudará a estrenar su primera obra, la cual no será precisamente un éxito. A pesar de ello, Verne solo pensaba en escribir, por lo que decide abandonar los estudios y, un tiempo después, tras casarse con una hermosa viuda llamada Honorine, empieza a trabajar como agente de bolsa. Gracias a ello, cuando tenía treinta y un años, sin tener en cuenta ya la promesa que le había hecho a su padre, realiza su primer viaje, para el que elige como destino las míticas tierras de Escocia.

Sin embargo, también dejará el trabajo en la bolsa, a pesar de que sus obras no son muy buenas y, por tanto, no le proporcionan suficientes ingresos para vivir. Todo cambiará cuando conoce a Pierre-Jules Hetzel que, además de ayudarle a mejorar su estilo y su manera de escribir, se convierte en su editor, publicándole, en varias entregas en un magazín que él editaba, su primera novela de aventuras en 1863. Se trataba de Cinco semanas en globo y fue un rotundo éxito, por lo que Hetzel le ofreció un contrato de veinte años de duración, por 20.000 francos anuales, a cambio de que escribiera entre dos y tres novelas cada año. Así, empezarán a llegar grandes obras como Viaje al centro de la Tierra, en 1864 o De la Tierra a la Luna, en 1865, que animarán a Hetzel a aumentarle considerablemente el salario acordado, lo que permitió a Verne comprarse un barco a vapor, con el que se dedicará a viajar con su hermano Paul. Fruto de aquellos viajes, llegarán poco después tres obras inolvidables: Los hijos del capitán Grant, en 1867;20.000 Leguas de viaje submarino, en 1869 y La isla misteriosa, en 1874.

En sus novelas aparecían máquinas impensables en aquellos tiempos: el fax, helicópteros, naves espaciales, casi iguales a las que cien años después llegarían a la Luna, armas de destrucción masiva y buques sumergibles como el Nautilus, a imagen de los submarinos nucleares que surcarían los mares muchos años más tarde. Describió casi con precisión cómo sería el viaje a la Luna; nos habló de la exploración submarina; de la conquista de los polos y predijo que Francia y Reino Unido perderían la hegemonía mundial, que ejercían en aquel momento, para ser sustituidas por Rusia y Estados Unidos. Por todo esto, hay quien dice que fue un visionario, otros que fue un profeta. Él siempre negó todo esto y decía que se había limitado a documentarse muy bien y a saber cómo eran y cómo pensaban los hombres de su época. Se decía también que perteneció a la masonería, en la que se inició gracias a su gran amigo Dumas, y a un misterioso club, denominado Sociedad de la Niebla, de donde podría haber recibido mucha información privilegiada que acabaría utilizando en sus novelas. Él, en cambio, nunca se cansó de repetir que todo lo que él era capaz de imaginar, otros serían capaces de realizarlo


Tumba de Julio Verne - Foto: J. Sauval

Julio Verne se sentía el más desconocido de los hombres y detrás de él permanecerá para siempre un velo de misterio, que no hizo más que incrementar el hecho de que, unos años antes de su muerte, quemara una gran parte de sus archivos sin ninguna explicación. Llegó a vivir en aquel siglo XX, que vería hacerse realidad todo cuanto había contado en sus relatos, pero sintió tristeza al comprobar que el hombre utilizaría aquellas tecnologías para matar y no como él pensaba. El 24 de marzo de 1905 moría, víctima de la diabetes, en la localidad francesa de Amiens, tras despedirse de los familiares que le rodeaban con dos sencillas palabras: sed buenos. Sobre su tumba, en el cementerio de La Madeleine, reposa la enigmática escultura que el escritor encargó antes de morir, en la que aparece emergiendo de la sepultura con el brazo derecho en alto y la mirada clavada en el cielo.

Allí, descansa el hombre que quiso ser creador de la Literatura de la Ciencia y que, desde luego, con sesenta y cuatro novelas traducidas a 112 idiomas, fue el más importante autor de literatura juvenil que ha existido jamás. Porque no nos cabe la menor duda de que, si Dumas nos hizo soñar, Verne nos dio la fantasía. 

Foto de la tumba de Julio Verne realizada por J. Sauval y extraída de una web estupenda y muy recomendable sobre la vida del escritor:
http://www.jverne.net/


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martes, 30 de octubre de 2012

Tiempo de trucos y calabazas

Se acaba octubre y, como cada año, llega el momento de preparar la fiesta de Samhain. Es cierto que en estas tierras nuestras del norte, podemos encontrar algunas reminiscencias de, lo que podrían haber sido, costumbres populares heredadas de nuestros ancestros celtas, sin embargo, cada vez van ocupando más espacio los colores negro y naranja de una festividad importada como es Halloween, demostrando así que, poco a poco, hemos ido adoptándola ya como nuestra y disfrutándola con toda normalidad. Así pues, por todas partes encontraremos hermosas calabazas de color naranja, dispuestas a cumplir la misión que tienen encomendada cada noche del treinta y uno de octubre.

Jack O´Lantern - Autor: Huk Flickr

Según cuentan, antiguamente los pueblos de origen celta, tenían la costumbre, durante la celebración de Samhain, de colocar nabos o remolachas a los que ponían una luz en su interior, tras haberlos vaciado previamente, para que guiaran el camino de regreso al mundo de los vivos, de los espíritus de los seres queridos que habían fallecido. Cuando llegaron a América los emigrantes irlandeses, llevaron consigo sus costumbres y entre ellas estaba la de hacer faroles en los huecos vacíos de los nabos, pero allí se encontraron un exceso en las cosechas de calabazas y descubrieron que, además de ser más fáciles de vaciar, quedaban más bonitas. Así, pronto se extenderá esta nueva moda hasta el día de hoy.



Rebuscando entre los orígenes de tan curiosa tradición, nos encontramos una vieja leyenda de origen celta que nos cuenta la historia de un granjero irlandés llamado Jack, famoso entre sus vecinos por sinvergüenza, mentiroso, estafador y borrachín. Una noche de Samhain, el Diablo, tras enterarse de la existencia de aquel malvado y despreciable ser, decidió acercarse a conocerlo ocultando su identidad. Entrada ya la noche y con Jack bastante borracho, el Diablo se presentó diciéndole que venía a buscar su alma. Jack le contestó que de acuerdo, pero que antes lo invitara a tomar un último trago. A la hora de pagar, ninguno tenía dinero y Jack retó al Diablo a demostrar sus poderes, convirtiéndose en una moneda con la que pagar al cantinero. El maligno aceptó y, una vez convertido en moneda, Jack lo guardó en su bolso donde tenía un crucifijo de plata. Al ver que no podría salir de allí, el Diablo pidió al granjero que lo sacara y Jack le dijo que solo lo sacaría si prometía no ir a buscarlo en los próximos diez años. Satanás no tuvo más remedio que aceptar y marcharse sin conseguir su objetivo. Una vez pasados los diez años volvió en busca de Jack, a quien encontró paseando por el campo. El granjero estuvo vivo y, señalándole unas manzanas de un árbol, le dijo que estaba dispuesto a irse con él, pero que antes de ir a penar para siempre al infierno, quería que le alcanzara una de aquellas manzanas y le permitiera comerla, como un último deseo. Una vez más, el Diablo cayó en la trampa y, cuando trepó al árbol, Jack grabó con su cuchillo en el tronco una cruz que impedía al Demonio bajar, por lo que nuevamente tuvo que suplicar ayuda al granjero, que se la prestó a cambio de que renunciara a su alma para siempre.



Pasaron los años y a Jack, como a todo el mundo, le llegó su hora. Una vez muerto se presentó ante las puertas del Cielo, de donde lo echaron rápidamente por la mala vida que había llevado. Se dirigió entonces al Infierno, pero allí el Diablo le dijo que no lo podía aceptar, porque debía cumplir la palabra que le había dado unos años atrás. Jack no tuvo más remedio que retomar el oscuro camino de vuelta. El Diablo le lanzó entonces una piedra de carbón ardiendo para que se alumbrara en las tinieblas y él, para que no se le apagara con el viento, la guardó en el interior de un nabo que iba comiendo en aquel momento. Desde aquel día, Jack quedará condenado a vagar entre las tinieblas por toda la eternidad, siendo conocido por todos como Jack of the Lantern (Jack el del Farol), que derivaría en el Jack O´Lantern por el que se le conoce actualmente y que se aplicará también a las calabazas decoradas.



Otra vieja tradición del día de Halloween, muy arraigada en algunos países, especialmente en Estados Unidos, es el famoso Trick or Treat (Truco o Trato), en el que los niños recorren las casas, disfrazados de figuras terroríficas, exigiendo a cada vecino el famoso Truco o Trato. Debe aceptarse el Trato, dándoles caramelos, pasteles o alguna propina. Quien no lo haga, se arriesga a padecer algún tipo de broma, más o menos pesada, como que le arrojen huevos o cualquier otra cosa a las ventanas, eso es el Truco. Parece ser, que esta costumbre, podría haber derivado también de una lejana tradición celta, que consistía en dejar comida fuera de las casas para los espíritus que llegaran durante la noche de Samhain. En aquella época, los disfraces y las máscaras eran utilizados para alejar a los malos espíritus. Sin embargo, otra versión sobre sus orígenes nos sitúa de nuevo al viejo Jack O´Lantern detrás de esta otra práctica. Según se cuenta, la noche del 31 de octubre, junto a los espíritus familiares, podían aparecer otros malignos. Uno de ellos era el del ya conocido Jack O´Lantern, que recorría los caminos, de casa en casa, para ofrecer a sus habitantes el Truco o Trato. Quien no aceptase el Trato, debería de sufrir el Truco, que normalmente consistía en alguna maldición a los habitantes de la casa, a sus cosechas o al ganado. Dicen que un día, a un aldeano se le ocurrió poner a la entrada de la casa una calabaza decorada con aspecto horrible y que aquello asustó y ahuyentó al malvado Jack. Desde entonces, la costumbre se extendió por todas partes llegando hasta nuestros días.



Como quiera que sea, Samhain o Halloween, lo importante es disfrutar de ese día y divertirnos, y si es manteniendo nuestras viejas tradiciones, para que perduren así muchos años más, mucho mejor.


Feliz Samhain


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