lunes, 26 de diciembre de 2011

Los Santos Inocentes

Que el tiempo pasa irremediablemente, es una de las verdades más irrefutables que existen. Así, cada año volvemos a encontrarnos con las mismas celebraciones, las mismas fiestas, las mismas efemérides que el anterior. Uno de esos días que, para disfrute de muchos y desesperación de otros, llega inevitablemente cada año, es el 28 de diciembre: día de los Santos Inocentes.

Ese día, los aficionados a las bromas están en su salsa, ya que, tradicionalmente, es costumbre gastar algún tipo de inocentada. Desde la más típica y sencilla de pegar un monigote de papel a la espalda, hasta otras más enrevesadas y, a veces, desagradables. Las nuevas tecnologías permiten que las bromas se vayan sofisticando y los mensajes MSN o las cámaras ocultas van sustituyendo a otros métodos más "artesanos". Ni siquiera de los medios de comunicación te puedes fiar un día así. Raro es el periódico, la radio o la televisión que no te intente colar de rondón alguna noticia falsa, entre todos esos sucesos absurdos o increíbles que suelen aparecer habitualmente. 

Fiesta del Obispillo
Esta práctica de las bromas o inocentadas, tiene su origen en el Centro de Europa durante la Edad Media, cuando cada 6 de diciembre, día de San Nicolás de Bari, en las escolanías de algunas catedrales se celebraba la buena relación que este santo tenía con los niños, cediéndoles a estos el protagonismo durante unos días. Así, existía la tradición de invertir los papeles de gobierno con un niño al que se elegía entre los del coro. El obispo dimitía simbólicamente de su cargo y el muchacho, vestido con sus ropas, era proclamado "obispillo" y ejercía la máxima autoridad asistido por sus compañeros vestidos de sacerdotes, desempeñando su mandato hasta el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. Esta costumbre, posiblemente heredera de las saturnales romanas en las que de manera irreverente y burlesca se invertían las jerarquías, fue extendiéndose a otros muchos lugares y adquiriendo una gran popularidad entre la gente, por las travesuras y bromas que los chavales hacían mientras recorrían las calles durante su transformación, algo muy propio de su edad, como bien se puede entender. Aquello, sin embargo, acababa casi siempre derivando en una fiesta grotesca en la que, habitualmente, el clero aparecía ridiculizado, por lo que, poco a poco, se fue vetando en varios sitios hasta que, durante el Concilio de Trento, la Iglesia acordó su total prohibición. En la actualidad, existen algunos lugares en los que se ha ido recuperando de nuevo, a modo de representación popular, aquella vieja "Fiesta del Obispillo" de la que llegaron, hasta nuestros días, las travesuras y las bromas convertidas en las inocentadas que hoy muchos sufrimos o practicamos durante el día de los Santos Inocentes. Un día, que aparece en el santoral por un motivo menos lúdico y, sin duda, mucho más trágico.

La Masacre de los Santos Inocentes - Daniele da Volterra 
La celebración del día de los Santos Inocentes tiene su origen en una matanza que sucedió, tal y como nos cuenta el Evangelio de Mateo, en la época en la que tuvo lugar el nacimiento de Jesús. Según Mateo, los Reyes Magos llegaron a Jerusalén preguntando dónde era el lugar en el que había nacido el futuro rey de los judíos. Al enterarse Herodes "el Grande", que reinaba en aquel momento, temió que se cumplieran las profecías y que realmente llegara un Mesías que pusiera en peligro su poder. Engañó entonces a los Reyes Magos, pidiéndoles que, cuando se enterasen del lugar donde estaba el recién nacido, se lo comunicaran para él mismo ir a adorarlo. Pero Dios avisó a los Reyes que, tras entregar sus regalos, regresaron a sus tierras por otros caminos sin pasar por Jerusalén y avisó también a José, que huyó a Egipto con su familia, salvando así al pequeño Jesús. Esto no lo sabía Herodes que, tras enterarse por los sacerdotes del Templo de Jerusalén de que el lugar donde había nacido aquel niño era Belén, ordenó a sus soldados entrar en la ciudad y matar a todos los niños menores de dos años. La orden fue escrupulosamente acatada y aquella noche morían treinta niños degollados por los soldados del bárbaro rey. En el siglo IV d. de C. la Iglesia decidió dedicar cada 28 de diciembre a la memoria de aquellos pequeños vilmente asesinados, aquellos Santos Inocentes

Esta historia sólo aparece en el Evangelio de Mateo y ningún historiador de la época se refiere a ella, por lo que son muchos los expertos que piensan que no ocurrió de verdad y que Mateo tergiverso los sucesos confundiéndolos con lo que, en su momento, le sucedió a Moisés.    
Nosotros, por nuestra parte, preferiríamos creer que realmente nunca se produjo un suceso así. 

lunes, 19 de diciembre de 2011

Navidad

Natividad
Jean-Baptiste Marie Pierre - s.XVIII
No hay más que dar un paseo por cualquiera de nuestras ciudades, para sentir, desde hace ya unos días, la proximidad de la Navidad. Las avenidas se llenan de luz y adornos navideños. Pronto, el sonido de los villancicos nos seguirá por las calles más comerciales de nuestra localidad y a medida que avance la tarde, las tiendas se llenarán de gente deseosa de encontrar el regalo adecuado, el adorno ideal o los productos necesarios para preparar una deliciosa cena de Nochebuena. La vorágine en la que vivimos actualmente, plenamente sumergidos en nuestra sociedad de consumo, hace que se difumine en parte la realidad y, a veces, perdamos un poco de vista el verdadero significado de tan señaladas fechas.

      Originalmente, durante el periodo de Adviento, que ocupa los cuatro domingos anteriores a la Navidad, los cristianos practicaban el ayuno, reuniéndose en Nochebuena para celebrar con una cena el nacimiento de Jesús. Esa costumbre sigue manteniéndose en la actualidad y así, cada año, las familias aún se reúnen en torno a una mesa, durante una cena de Nochebuena que supone el inicio de la Navidad, la fiesta cristiana en la que se conmemora la Natividad, es decir, el nacimiento de Jesucristo, el hijo de Dios, y que tradicionalmente tiene lugar el día 25 de diciembre. Sin embargo, no siempre fue así. 

      No existen referencias de esta celebración durante los primeros tiempos de la cristiandad y, por tanto, parece ser que no había establecida ninguna fecha que indicara qué día había nacido Jesucristo. Será en Alejandría, cuando en el año 200, surja entre algunos teólogos egipcios la preocupación por señalar tan destacado acontecimiento y acaban fijando el 20 de mayo como posible día del nacimiento. Años más tarde, en el 221, el historiador Sexto Julio Africano realiza el primer intento cristiano de escribir una Historia Universal, titulada Chronographiai, en la aparece indicado por primera vez el 25 de diciembre. Sin embargo, no será hasta el año 350 cuando el Papa Julio I, tratando de adaptar al cristianismo las costumbres paganas que prevalecían en aquella época, pedía que el 25 de diciembre se estableciera como fiesta religiosa en la que se celebrara la llegada al mundo de Jesús, coincidiendo así con las fechas próximas al solsticio de invierno, en que muchos pueblos del hemisferio norte celebraban ancestralmente el nacimiento de sus dioses solares y en el Imperio Romano se organizaban los festejos dedicados al dios Saturno, que precisamente culminaban ese día 25 diciembre. Esta fecha será decretada, ya de manera definitiva, por el Papa Liberio en el año 354, a pesar de que nunca se pudo establecer con exactitud cuál había sido el día en que se produjo el nacimiento, debido a que no existen fuentes históricas que lo certifiquen y las únicas referencias, bastante confusas, vienen dadas por los evangelios. Si bien, ateniéndonos a ellos, casi con seguridad que no pudo suceder en diciembre, ya que hablan de cómo en aquella época algunos pastores dormían al raso con sus rebaños, lo que nos situaría entre los meses de marzo y octubre, que era cuando esto ocurría, mientras que durante el invierno el ganado permanecía estabulado. De la misma manera, que las menciones que se hacen de Herodes el Grande, rey de Judea, nos confirman que Jesús tuvo que nacer seis o siete años antes de lo que pensamos, ya que Herodes murió en el año 4 a. de C.      

      En cualquier caso, no tiene demasiada importancia que los hechos sucedieran en uno u otro año, en uno u otro mes. La importancia reside en los hechos en sí y en el significado que tengan para cada uno y para sus creencias. Así, lo realmente importante es que la Navidad continúe cada año reuniendo a las personas, en unos días que deseamos que sean de paz y reflexión.

A todos, Feliz Navidad

lunes, 12 de diciembre de 2011

De neumáticos y hombres

El 7 de diciembre del año 1888, el escocés John Boyd Dunlop patentaba un objeto que se convertiría en algo tan usual para nosotros, que sería inimaginable un mundo sin él. Nos referimos, como no, al neumático

Extracción del caucho - Foto: Jan-Pieter Nap
Desde principios del siglo XIX, se venían buscando en Europa aplicaciones a un material que había llegado de América: el caucho. Ya en 1819, el inventor inglés Thomas Hancock conseguía soluciones de ese material para impermeabilizar zapatos, ropa o proteger cables. En 1839, el estadounidense Charles Goodyear volcó, "accidentalmente" sobre una estufa, un recipiente que contenía una mezcla de caucho y azufre con la que estaba trabajando. El resultado fue un material más duro, resistente e impermeable, pero que mantenía la elasticidad. Goodyear patentó aquel proceso en Estados Unidos en 1843 y lo llamó "vulcanización" en honor al dios Vulcano. Pocos meses después, Hancock patentaba el mismo proceso en Gran Bretaña.

La idea de Dunlop, le había surgido un día cuando trataba de eliminar las vibraciones que sufría su hijo en el triciclo, al recorrer las bacheadas calles de Belfast camino de la escuela. Se le ocurrió entonces inflar con aire unos tubos de goma, los cubrió con una lona y los amarró a las llantas del triciclo, consiguiendo así un desplazamiento mucho más suave del que permitían las llantas de goma maciza que utilizaban los vehículos en aquella época. Cuatro años después, un francés llamado Edouard Michelin ideaba el primer neumático desmontable para bicicletas, que más tarde adaptaría al automóvil. 

Es fácil reconocer en esta historia nombres que, rápidamente, asociamos a rótulos comerciales que forman parte de nuestra vida cotidiana. Dunlop, Goodyear, Hancock, Michelin, son actualmente marcas comerciales reconocidas internacionalmente, detrás de las cuales, como vemos, hubo grandes hombres que con sus acciones o su ingenio colaboraron al desarrollo y al progreso de la humanidad y cuyos nombres son gratamente recordados hoy en día. Sin embargo, como veremos a continuación, esa misma historia tiene otra cara mucho más trágica, de la que forman parte otro tipo de hombres. Algunos, de infame nombre que perdurará en el tiempo por el rastro de dolor y muerte que dejaron tras de sí. Otros, en cambio, de nombre desconocido, que ocupan la parte más triste de este relato.

En el año 1745, el científico francés Charles Marie de La Condamine, relataba su viaje a la Selva del Amazonas en la Academia de Ciencias de París y presentaba allí una sustancia utilizada, desde mucho tiempo atrás, por los indios omaguas, poderoso y temido pueblo guerrero que habitaba los territorios del Amazonas, en el lugar donde hoy se encuentra la Triple Frontera entre Perú, Brasil y Colombia. Los omaguas extraían aquella sustancia de un árbol al que llamaban "heve", el cual, tras hacerle una incisión, manaba por su herida una resina lechosa a la que llamaban "cauchu", que en su lengua significaba "el árbol que llora". Con ella fabricaban una especie de jeringas que tenían diferentes aplicaciones y unos objetos redondos, del tamaño de una naranja, que rebotaban al lanzarlos contra el suelo y que ya habían llamado la atención de los misioneros católicos que recorrieron aquellas tierras en el siglo XVI. Para aquellos territorios de la Triple Frontera amazónica, el descubrimiento del neumático y su aplicación en la floreciente industria automovilística que acababa de nacer, significó la llegada del progreso y de ingentes cantidades de dinero, a una selva en la que se calcula que podría haber más de treinta millones de árboles del caucho y así, la localidad peruana de Iquitos, pasaría a convertirse en uno de los más importantes centros de negocio del nuevo continente, gracias a la fiebre que desató el ya conocido como "oro blanco".

Efectivamente, el caucho se iba a convertir en un próspero negocio y pronto surgirían hábiles comerciantes locales que se harían con el control de la explotación. Aquellos empresarios caucheros, trataron al principio de encontrar mano de obra barata entre los indígenas, pero éstos no estaban acostumbrados a un sistema de vida que les ataba rutinariamente a un trabajo y al poco tiempo se marchaban de la cauchería. Decidieron entonces contratar extranjeros y pronto llegó al Amazonas una multitud de emigrantes dispuestos a trabajar. Sin embargo, enseguida fueron diezmados por las enfermedades. Así, optaron por recurrir de nuevo a los indígenas, pero esta vez el acuerdo con ellos se iba a hacer de un modo diferente.

Indios caucheros - Autor desconocido
No podemos nombrar aquí a todos los caucheros de aquella época, pero sí a dos cuyos nombres han ocupado las páginas más oscuras de la historia, por la maldad y la falta de escrúpulos que demostraron y, sobre todo, por todas las vidas que no les importó sacrificar para satisfacer su codicia. Uno de ellos, Carlos Fermín Fitzcarrald, fue el cauchero más poderoso de Perú, pero también el precursor del nuevo modelo de explotación que aplicaron después el resto de caucheros de aquella región, especialmente Julio César Arana, digno sucesor de Fitzcarrald no sólo por su ambición y afán de riquezas, sino por los métodos de esclavitud y exterminio que utilizó con los indígenas. Para asegurarse la mano de obra de los nativos les cambiaban el caucho que recolectaran por diferentes artículos: herramientas, machetes y baratijas con las que las mujeres podían hacerse collares. Así, no tardaron mucho los jefes de los poblados en aceptar un sistema por el cual se comprometían a entregar una cantidad de caucho mensual a cambio de lo que recibían. Pero las cuentas y el pesaje de la mercancía estaban en manos de los empresarios caucheros, que se encargaban de que los indios nunca llegaran a liquidar y pasasen endeudados el resto de su vida, heredando los hijos los compromisos contraídos por su padre en vida. Además, para evitar las rebeliones, se dotaron de ejércitos privados dirigidos por capataces, que se encargaban de hacer cumplir a aquellos pobres desdichados las cuotas de producción que les imponían. En caso de no hacerlo podían ser azotados con el látigo; encarcelados a oscuras y sin agua durante días; violadas sus mujeres e hijas; mutilados de manos, orejas o dedos; arrojados al río atados de pies y manos; echados para que sirvieran de comida a los perros...en fin una larga y terrorífica lista de represalias que pone los pelos de punta sólo con leerla.

No se podría calcular con exactitud la cantidad de personas que murieron durante aquellos años. Mientras muchos malnacidos y miserables personajes se enriquecían y paseaban sus extravagancias por mansiones y ciudades que construían rebosantes de lujo y caprichos, tribus enteras desaparecían para siempre. Los omaguas fueron prácticamente exterminados y de los cincuenta mil huitotos que había al inicio de aquella locura, murieron unos cuarenta mil.

En 1876, a pesar de que estaba prohibido sacar semillas de caucho de Brasil, dos científicos ingleses consiguieron hacerse, mediante sobornos, con setenta mil semillas procedentes de los árboles del Amazonas. Tras llevarlas a Londres, plantaron los brotes nacidos en terrenos de las Indias Orientales holandesas, Ceilán y Malasia, consiguiendo, tras treinta y nueve años de paciente espera, una cosecha de savia de muy buena calidad. Así, con un sistema de trabajo diferente: explotaciones racionales de los bosques, sin agotarlos y utilizando mano de obra barata, pero sin esclavizar, los ingleses pronto consiguieron una producción rentable de caucho que sumiría a las empresas caucheras americanas en la más profunda decadencia y ruina económica. Lástima que tantas veces el progreso de nuestra especie se haya conseguido a costa de tantas vidas.

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lunes, 5 de diciembre de 2011

Alejandro Dumas

Alexandre Dumas  (padre) - Autor: Étienne Carjat
A lo largo de los años, han sido muchos los personajes célebres que nos han dejado un 5 de diciembre como hoy: el pintor francés Claude Monet; el gran genio de la música Mozart o el escritor Alejandro Dumas. A él vamos a dedicar nuestro artículo de hoy, porque, si bien es cierto que las pinturas de Monet o la música de Mozart han despertado infinidad de veces nuestros sentidos, las novelas de Dumas han despertado nuestras fantasías, nuestra imaginación. ¿Quién, en su niñez, no se batió alguna vez, emulando a D´Artagnan, contra todo un ejército del cardenal Richelieu? o ¿Quién no recuerda cómo el conde de Montecristo se hacía pasar por muerto, para que lo tiraran al mar y poder huir de la prisión en la que había sido injustamente encarcelado?.  

El responsable de alimentar nuestra mente con esos recuerdos ha sido un francés que nació el 24 de julio de 1802 en Villers-Cotterêts, localidad a la que había sido destinado su padre, el general Thomas-Alexandre Davy de la Pailleterie, que usaba el apellido de soltera de su madre: Dumas. Allí conoció a la hija de un posadero con la que se casó y que trajo al mundo a un pequeño al que llamaron Alexandre.     

Alejandro, nombre por el que lo conocemos nosotros, quedó huérfano de padre a la temprana edad de cuatro años y, debido a la precaria situación económica en la que quedó su madre, no pudo recibir la educación adecuada, teniendo que ponerse a trabajar desde muy joven. Hizo de mensajero, de vendedor de tabaco y gracias a los ingresos que le proporcionaba la caza, afición heredada de su padre, pudo ahorrar dinero para viajar por primera vez a París, ciudad de la que se quedará prendado y a la que volverá en 1823 para instalarse. Allí, gracias a alguna recomendación y a que poseía una hermosa caligrafía, comenzó a trabajar como escribiente del Duque de Orleans, dedicándose, además, a completar su formación por sus propios medios, mientras despuntaba con sus primeros trabajos literarios.      

Pronto le llegó el éxito con sus obras teatrales y, sobre todo, con sus novelas, de ágiles y divertidos argumentos, donde combinaba perfectamente las aventuras con el romanticismo y con heroicos duelos a espada para mayor deleite de los lectores. Pero su producción literaria no sólo se compuso de novelas y obras de teatro, hubo también artículos, cuentos, libros de viaje y hasta un libro de cocina. Así hasta un total de unas cuatrocientas obras que lo convertían en uno de los autores más prolíficos de Francia. Sin embargo, es difícil imaginar que una sola persona fuera capaz de producir tanta literatura y mucho más en el caso de nuestro protagonista, ya que era un gran vividor, amigo de las fiestas, del buen comer y un mujeriego empedernido, que presumía de haber engendrado quinientos hijos. Fuera eso verdad o no, lo cierto es que con tanto trajín difícilmente se puede entender que además tuviera tiempo para escribir. Sin embargo, consiguió alcanzar tal volumen de títulos publicados, porque siempre se mantuvo rodeado de un gran número de colaboradores que escribieron para él una gran parte de sus trabajos. Se cuenta que popularmente en los ambientes literarios se le conocía con el apodo de "Alejandro Dumas y compañía". Se calcula que hasta setenta y tres personas llegaron a colaborar en sus trabajos, limitándose él a perfilar el argumento, proporcionar la documentación histórica y escribir de su puño y letra las escenas de espada, que eran las que más le gustaban. Así, fácilmente se puede entender una anécdota que se le atribuye cuando un día, al encontrarse con su hijo, llamado Alejandro Dumas como él y también escritor, le preguntó al joven si había leído su última novela, a lo que el hijo le contestó: Yo no ¿y tú?.      

Dumas disfrutaba acudiendo a todo tipo de reuniones literarias y gastronómicas. Era miembro de la masonería y su afición al esoterismo le permitía estar muy relacionado con los ocultistas más conocidos de la época, gracias a lo cual conoció a un joven escritor de nombre Julio Verne, al que ayudó en sus primeros pasos en el mundo de la literatura. Con él compartió filiación en la misteriosa "Sociedad de la Niebla", de la que Dumas fue un destacado miembro.     

Llevó una vida llena de lujo, excesos y derroche, manteniendo a varios hijos, a sus madres y a un gran número de amantes, por lo que, a pesar de haber ganado ingentes cantidades de dinero, vivía endeudado permanentemente. Todo esto, unido a una serie de inversiones fallidas, le llevó a la bancarrota y así, totalmente arruinado, se encontraba cuando estalló la guerra entre Francia y Prusia, que lo sorprendió fuera de Paris. No pudiendo regresar a la capital, se refugió en casa de su hijo en Puys, donde murió el 5 de diciembre de 1870, el mismo día que los prusianos entraban en el pueblo.

D´Artagnan y los tres mosqueteros - Autor: Maurice Leloir - 1894
En el año 2002 sus restos fueron trasladados al Panteón de París, en un féretro escoltado por mosqueteros y cubierto por un paño de terciopelo azul, en el que se podía leer, bordado en hilo de plata, el lema de los Tres Mosqueteros: "Todos para uno y uno para todos". Allí reposan ocupando su lugar entre otros ilustres personajes de Francia, tras recibir el cariñoso homenaje de la nación francesa por boca del expresidente Jacques Chirac, a cuyas palabras nos sumamos con gratitud: "... con usted, nosotros fuimos D´Artagnan, Montecristo o Bálsamo; recorrimos las calles de Francia; participamos en batallas; visitamos palacios y castillos. Con usted, soñamos...".


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lunes, 28 de noviembre de 2011

Galileo Galilei

Galileo Galilei - Autor: Ottavio Leoni - 1624
El 31 de octubre de 1992, el Papa Juan Pablo II reconocía públicamente la injusticia que la Iglesia había cometido con Galileo y pedía disculpas por ello.
La repercusión que la vida y los estudios de Galileo Galilei han tenido para la humanidad fueron tan importantes, que en la actualidad nadie duda en considerarlo, no sólo el padre de la astronomía y la física modernas, sino uno de los padres de la Ciencia. Este peculiar personaje nació en Pisa (Italia) el 15 de febrero de 1564. Su padre, Vincenzo Galilei, era un hombre culto procedente de una familia noble y a quien las circunstancias de la Italia de aquella época, inmersa en multitud de conflictos y guerras, habían llevado a una decadencia económica que le obligó a desplazarse de Florencia a Pisa y aceptar un matrimonio de conveniencia con Giulia Ammannati di Pesci, cuya familia, de origen burgués, facilitó a Vincenzo la posibilidad de ganarse la vida dedicándose al comercio. De aquel matrimonio, que según parece nunca llegó a llevarse bien, nacieron siete hijos, el mayor de los cuales
fue nuestro protagonista.

Galileo recibió una buena educación. Durante una parte de su infancia estudió en un monasterio y, más tarde, medicina en la Universidad de Pisa. Su padre deseaba a toda costa que fuera médico, un oficio que no sólo estaba muy bien considerado en aquella época, sino además muy bien remunerado. Galileo, que tenía una mente abierta a todo, era un claro ejemplo de hombre renacentista y destacó como dibujante, músico y poeta. Pero en cambio, le faltaba vocación para la medicina y terminó por dejar su carrera. Sin embargo, de la mano de un amigo de la familia, el profesor Ostilio Ricci, le llegaron las primeras nociones de algo que sí despertaría en él un verdadero interés: las matemáticas. Atraído por el pensamiento de hombres como EuclidesPitágoras o Arquímedes, se dedicó en profundidad a su estudio y llegó a ejercer de catedrático en la misma Universidad que años antes abandonara, la de Pisa. Tras la muerte de su padre en 1591, tuvo que hacerse cargo de la familia. Aceptó la cátedra de matemáticas en la Universidad de Padua y se dedicó, además, a impartir clases particulares para afrontar la delicada situación económica en la que se encontró. Más aún con la llegada al mundo de sus tres hijos, nacidos de la relación que mantuvo con Marina Gamba.

Galileo fue un estudioso incansable, que no se conformaba con la teoría sino que tenía que llevar a la práctica y experimentar todos sus proyectos e ideas. Inventó un gran número de artilugios; elaboró estudios sobre física, que pondrían en entredicho las teorías de Aristóteles sobre la caída de los cuerpos; desarrolló las leyes del movimiento pendular, según se cuenta, cuando descubrió el parpadeo de la llama de una lámpara en la catedral y pasó horas observándola; realizó infinidad de trabajos sobre topografíaarquitecturamecánica y, por supuesto, astronomía.
      
Telescopio de Galileo
Museo de la Ciencia de Florencia
Durante un viaje a Venecia en 1609, tuvo ocasión de conocer un aparato óptico que recientemente se había fabricado en Holanda. Se trataba de un catalejo que apenas tenía tres aumentos, pero al que él encontró manera de perfeccionar sus lentes para llegar a construir así un  telescopio más potente. Aquello daría un importante giro a su vida, no sólo por los ingresos que le supondría, que resolverían sus problemas económicos, sino porque, además, aquel instrumento le permitirá observar un cielo en el que descubrirá las irregularidades y los cráteres de la Luna; nuevas estrellas invisibles hasta entonces; los anillos de Saturno; los satélites de Júpiter o las manchas solares.

Todos esos descubrimientos permitían una nueva visión del Universo, más de acuerdo con las teorías heliocéntricas de Copérnico que con las viejas teorías geocéntricas de Ptolomeo y Aristóteles. Es decir, confirmaban que no éramos el ombligo del Universo, que no todo giraba alrededor de la Tierra, sino que eran la Tierra y los demás planetas quienes giraban alrededor del Sol. Pero esa postura chocaba frontalmente con las doctrinas establecidas por la Iglesia y le supondrían a Galileo ser procesado por la Inquisición. Tras ese proceso, el día 22 de julio de 1633 fue obligado a retractarse de sus teorías y jurar de rodillas que nunca más volvería a decir que la Tierra se movía alrededor del Sol. Tras lo cual, se cuenta que añadió la célebre frase "eppur si muove" (sin embargo se mueve).

Aquella renuncia le permitió salvar la vida, pero fue condenado a prisión perpetua, pena que le fue permitido cumplir en su casa, donde enfermo y ciego moriría el 8 de enero de 1642, precisamente el mismo año en que iba a nacer otro genio, Isaac Newton, quien años después declararía que todo aquello que logró, lo hizo gracias al trabajo de grandes hombres que le habían precedido, como Galileo Galilei, a quien el propio Einstein denominó "Padre de la Ciencia Moderna". 


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lunes, 21 de noviembre de 2011

Día de Acción de Gracias

La primer Acción de Gracias por Jean Louis Gerome Ferris
El cuarto jueves de noviembre se celebra en Estados Unidos la fiesta de Acción de Gracias  "Thanksgiving Day", de la que desde esta parte del mundo hemos oído hablar mil veces gracias a la influencia del cine americano. 

Esta fiesta, que para los canadienses es el segundo lunes de octubre, se celebra con una tradicional cena familiar, en la que los comensales acostumbran a comer pavo asado acompañado de salsa de arándanos rojos, verduras, principalmente judías verdes, batata dulce y puré de patata con gravy (una salsa hecha con el jugo del pavo). Para rematar este suculento banquete, no pueden faltar unos apetitosos postres entre los que destacan el pastel de calabaza, el de manzana y el de nuez pacana. 

Al día siguiente, tiene lugar en todo el país la apertura de la temporada de compras navideñas, en el conocido popularmente como "Viernes Negro", nombre que, según parece, viene dado por el caos de tráfico y gente que se genera en las grandes ciudades. Aunque otras hipótesis aseguran que es debido a que ese día las contabilidades de los comercios pasan de números rojos (déficit) a números negros (superávit), gracias a la cantidad de ventas realizadas en ese breve espacio de tiempo.

Para encontrar el origen de esta fiesta tenemos que remontarnos hasta el año 1620. El 6 de septiembre de aquel año partía la nave Mayflower, desde Plymouth, en el Reino Unido. A bordo de aquel barco viajaban algo más de un centenar de personas, que el 11 de noviembre desembarcaban en la costa este americana, en el territorio de Massachusetts. Eran los primeros colonos británicos en llegar al nuevo continente y, tras asentarse en los restos de un poblado nativo abandonado, fundaron la colonia a la que pusieron el nombre de la ciudad de la que procedían: Plymouth.

Aquel primer invierno resultó excesivamente cruel para aquellos colonos, a los que más tarde se denominó "peregrinos". El hambre, el frío y las enfermedades les pasaron factura y la mitad de ellos no lograron sobrevivir. El resto, a duras penas conseguía mantenerse con vida, cuando en marzo un grupo de nativos wanpanoag, cuyo líder se llamaba Massasoit, estableció contacto con ellos. Aquellos indios estaban acostumbrados a tratar con los europeos, a los que cambiaban pieles por atractivos utensilios que los extranjeros les ofrecían, pero nunca habían permitido que permanecieran demasiado tiempo en sus tierras, tan sólo el necesario para realizar sus transacciones comerciales. Aquel nuevo grupo parecía tener otras intenciones y, hasta entonces, el contacto de los wanpanoag con los colonos había consistido en pequeñas refriegas, ante las cuales, los británicos optaron por bajar cinco cañones del barco y los emplazaron en el poblado. Sin embargo, en aquella ocasión, Massasoit no pretendía atacar a los colonos, sino pactar con ellos una alianza para hacer frente a sus enemigos los narragansett. Así, a raíz de aquel encuentro, un indio llamado Tisquantum, que hablaba inglés tras haber pasado varios años secuestrado por unos marineros británicos y que pasó a la posteridad con el nombre de Squanto, se instaló en la colonia para ayudar a los peregrinos, que carecían de cualquier experiencia en agricultura y ganadería. Les enseñó a vivir en el bosque, a pescar y secar el pescado, a construir viviendas, a plantar maíz y a fertilizar el terreno enterrando peces junto a las semillas.

Aquel otoño de 1621, los colonos cosecharon maíz más que suficiente para alimentarse durante el invierno y decidieron hacer una comida a la que invitaron, como agradecimiento, a aquellos indios que en los momentos más críticos les prestaron su ayuda. Una comida a la que los británicos aportaron maíz y aves salvajes a las que llamaban "pavos" y los wanpanoag colaboraron con carne de ciervo.

En 1623, el gobernador de la colonia congregó a los peregrinos y sus familias en la casa comunal para escuchar al pastor y dar las gracias a Dios, antes de los festejos por la recolección de la cosecha. Aquello le confería un carácter religioso a una celebración que inicialmente había tenido un origen laico.

La alianza entre colonos y wanpanoag duró más de cincuenta años y fue beneficiosa para ambos grupos. Permitió a los indios defenderse de sus enemigos con la ventaja que les daban las armas británicas y éstos lograron sobrevivir en un medio hostil en el que, casi con toda seguridad, hubieran perecido. Pero aquello abrió la puerta de llegada a miles de europeos que se asentarían en aquel territorio durante las siguientes décadas y, en 1675, un hijo de Massasoit, harto de las leyes que les imponían unos colonos más numerosos ya que los indios, desató una guerra de funestas consecuencias para los nativos, ya que significó su casi total exterminio.

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lunes, 14 de noviembre de 2011

De castañas y magostos


Castañera de Burgos
El otoño llega cada año, aunque a veces se retrase tanto que parezca que no va a ser así, y con él aparecen por las calles de las ciudades los primeros puestos de castañas asadas que tan gratos recuerdos nos traen: el olor que inunda las frías calles por las que pasamos o los cucuruchos de papel de periódico llenos de castañas bien calientes, que aprovechamos para calentar las manos o meterlos en el bolso del abrigo y llevar el calor al cuerpo.

       Este pequeño fruto altamente energético y rico en vitaminas y minerales, era ya consumido por los seres humanos en el paleolítico. A la Península Ibérica llegó de mano de los romanos, que utilizaban el pan de harina de castañas para alimentar a sus legiones. Desde entonces, desempeñó un importante papel en la alimentación de mucha gente de diferentes zonas peninsulares, especialmente en el medio rural, hasta el siglo XVI, en que otros productos llegados del Nuevo Mundo, como el maíz o la patata, irrumpieron en las costumbres culinarias de la población, desplazando a nuestra protagonista.

       Sin embargo, las castañas siguieron formando parte de las tradiciones de muchos pueblos y, con frecuencia, aparecen en diversos rituales relacionados con los difuntos. En muchas zonas del norte peninsular existe la costumbre de comer castañas asadas el Día de las Ánimas. En Galicia se comían en la víspera de Difuntos bajo la creencia de que por cada castaña comida, se liberaba un alma del purgatorio. Y son muchos los lugares donde se dejaba esa noche un buen puñado de castañas asadas para "los ausentes" que, al terminar la celebración de los vivos, se acercaban a calentarse entre las brasas que aún quedaban en las hogueras. Así, desde finales de octubre y durante casi todo noviembre, especialmente entre el Día de Difuntos y el de San Martín, se celebran populares fiestas en muchos puntos de la geografía peninsular, cuyas protagonistas son las castañas asadas al fuego, siempre purificador y presente en tantas celebraciones.

       En Galicia llaman a estas fiestas Magostos y, en ellas, suelen acompañar a las castañas con vino nuevo de la cosecha, además de bailes y juegos populares, como el de tiznarse la cara unos a otros. En Asturias el Magüestu o Amagüestu, en el que se acompañan de sidra dulce, el zumo de la manzana recién pisada y sin alcohol, para disfrute también de los más pequeños. Los vascos la llaman Gaztañerre y suelen acompañar las castañas de Morokil, una crema hecha de harina de maíz. Para los catalanes son las Castanyadas, de las que también forman parte el moscatel, las frutas confitadas, los boniatos y unos pequeños pasteles que llaman panellets. En Cantabria las llaman Magostas; en Málaga Tostonas; en Extremadura Chiquitías, MagostosCalvochás o Calbotes. Este último nombre se utiliza también en algunas zonas de ZamoraÁvilaSalamanca y Toledo. En Portugal son los Magustos. Y así podríamos seguir enumerando tantos nombres como sitios donde se celebran, casi siempre acompañadas de juegos y música de instrumentos tradicionales. 
   
       Hoy en día, muchas son las casas de comidas que están recuperando aquellos ricos potes de castañas, que antaño fueron base de la alimentación de tantos hogares y vemos a las castañas formando parte de sabrosos manjares, como relleno o acompañamiento de carnes, en cremas y purés o en deliciosos postres como el exquisito Marrón Glacé, devolviendo así a la castaña un protagonismo que nunca tendría que haber perdido.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Marie Curie

Marie y Pierre Curie hacia 1906 - Autor desconocido
Marja Salomea Sklodowska, nacía en Varsovia el 7 de noviembre de 1867 en el seno de una humilde familia.
       Su padre, profesor de Física y Matemáticas, y su madre, maestra, trataron siempre de ofrecer a sus cinco hijos una buena educación y estudios, a pesar de las dificultades económicas y los problemas que existían en la Polonia de aquel tiempo, ocupada por la Rusia zarista que vetaba el acceso de las mujeres a la educación.


Desde muy niña destacó por su inteligencia. A los cuatro años leía perfectamente y fue la primera de su clase en el instituto. Trabajó como institutriz para ayudar a costear los estudios de su hermana Bronia, que más tarde la ayudará a ella. Así, decide irse a estudiar a París, donde malvive en una pequeña pensión con el poco dinero que su hermana le iba enviando y algo que ella tenía ahorrado. Fue una época especialmente dura, de frío y hambre, sin apenas dinero para comprar carbón y alimentándose a base de pan, mantequilla y té.
Pero aquella muchacha tímida y obstinada, que siempre vestía de forma austera, vería recompensado tanto sacrificio cuando en 1893 recibía la licenciatura de Física con el primer puesto de su promoción y en 1894 la de Matemáticas con el número dos.

Ese mismo año aparece en su vida Pierre Curie, un profesor de Física con el que se casará al año siguiente. Tras una sencilla ceremonia, se gastaron el poco dinero que recaudaron en la boda en un par de bicicletas y se fueron con ellas a recorrer la campiña francesa. La adaptación de su nombre al francés y el apellido de su esposo la convertirían en Marie Curie, nombre por el cual pasaría a la posteridad.

En esa época tuvieron lugar dos importantes acontecimientos para la historia de nuestra protagonista: en 1895, el físico alemán Wilhelm C. Röntgen descubre los Rayos X y en 1896, el físico francés Henri Becquerel descubre la Radiactividad NaturalMarie, a propuesta de su esposo, dedica su tesis doctoral al estudio de este último descubrimiento y obtiene el doctorado recibiendo una mención cum laude.
Fueron años de vida humilde y austera, trabajando juntos en un pequeño cobertizo transformado en laboratorio. Pierre, avezado inventor, construía con la ayuda de su hermano los instrumentos que Marie necesitaba para sus pruebas. Ella compaginaba su profesión con el cuidado de las dos hijas del matrimonio. El resultado fue el descubrimiento de dos nuevos elementos químicos: el Polonio, al que dio el nombre de su país natal y el Radio, llamado así por su alto grado de radiación.
Pierre y Marie renunciaron a la riqueza que les habría proporcionado patentar sus descubrimientos y los cedieron libremente a la comunidad científica mundial.
En 1903 Marie Curie era la primera mujer en recoger un Premio Nobel, el de Física, junto a su marido, Pierre Curie, y a Henri Becquerel "en reconocimiento de los extraordinarios servicios rendidos en sus investigaciones conjuntas sobre los fenómenos de la radiación descubierta por Henri Becquerel". A partir de entonces llegará la fama y el reconocimiento de los máximos estamentos científicos mundiales. Una fama que no cambiará la humilde y sencilla forma de vida de la pareja, que destinaron los 15.000 dólares que recibieron del premio a comprar regalos a su familia y tan sólo se dedicaron a ellos mismos una pequeña parte, la suficiente para comprarse una bañera para su hogar.

Sin embargo, la tragedia llegará en 1906 cuando Pierre es atropellado por un coche de caballos que le provoca la muerte y sume a Marie en una profunda tristeza. El gobierno francés le ofrece entonces una pensión vitalicia que ella rechaza. Pero sí acepta, en cambio, la propuesta que le hace la Universidad de París de ocupar la plaza de catedrático de Física de la que su marido era titular. Así es como el 15 de noviembre de 1906, una mujer dará clase por primera vez en la Universidad de La Sorbonne, 650 años después de su fundación. Un acontecimiento al que acudió una gran cantidad de expectante público, ante el que Marie se presentó vestida de negro y, con la modestia y humildad que siempre se caracterizó, retomó las últimas frases del discurso que pronunció su marido cuando asumió la cátedra. Tras ese pequeño homenaje a su inseparable compañero, comenzó la clase.

En 1911 llegará el segundo Premio Nobel, en esta ocasión de Química, que la convertirá en la primera persona de la historia en recibir dos veces tan importante galardón. Durante la Primera Guerra Mundial, Marie instaló un aparato de Rayos X en un camión que fue apodado "Petit Curie" y que ella misma se ocupó de conducir, para tratar a los heridos en el frente. Pronto se instalaron en más camiones y ella adiestró al personal necesario para su manejo. Personal entre el que se encontraba su propia hija  Irène, que más tarde también se haría merecedora de un Nobel en Química.

Marie Curie continuó incansable su trabajo hasta que, probablemente debido a la exposición a radiaciones durante tantos años, una terrible enfermedad, que la dejó ciega, le provocó la muerte el 4 de Julio de 1934. Fue enterrada junto a su esposo Pierre Curie, tras un sobrio funeral al que tan sólo acudieron familiares, amigos y colegas más cercanos. Años más tarde, en 1995, los restos de ambos fueron trasladados, con todos los honores, al Panteón de París, donde también se convertiría en la primera mujer enterrada allí.

Los Cuadernos de Urogallo
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La Cocina de Urogallo