lunes, 19 de diciembre de 2011

Navidad

Natividad
Jean-Baptiste Marie Pierre - s.XVIII
No hay más que dar un paseo por cualquiera de nuestras ciudades, para sentir, desde hace ya unos días, la proximidad de la Navidad. Las avenidas se llenan de luz y adornos navideños. Pronto, el sonido de los villancicos nos seguirá por las calles más comerciales de nuestra localidad y a medida que avance la tarde, las tiendas se llenarán de gente deseosa de encontrar el regalo adecuado, el adorno ideal o los productos necesarios para preparar una deliciosa cena de Nochebuena. La vorágine en la que vivimos actualmente, plenamente sumergidos en nuestra sociedad de consumo, hace que se difumine en parte la realidad y, a veces, perdamos un poco de vista el verdadero significado de tan señaladas fechas.

      Originalmente, durante el periodo de Adviento, que ocupa los cuatro domingos anteriores a la Navidad, los cristianos practicaban el ayuno, reuniéndose en Nochebuena para celebrar con una cena el nacimiento de Jesús. Esa costumbre sigue manteniéndose en la actualidad y así, cada año, las familias aún se reúnen en torno a una mesa, durante una cena de Nochebuena que supone el inicio de la Navidad, la fiesta cristiana en la que se conmemora la Natividad, es decir, el nacimiento de Jesucristo, el hijo de Dios, y que tradicionalmente tiene lugar el día 25 de diciembre. Sin embargo, no siempre fue así. 

      No existen referencias de esta celebración durante los primeros tiempos de la cristiandad y, por tanto, parece ser que no había establecida ninguna fecha que indicara qué día había nacido Jesucristo. Será en Alejandría, cuando en el año 200, surja entre algunos teólogos egipcios la preocupación por señalar tan destacado acontecimiento y acaban fijando el 20 de mayo como posible día del nacimiento. Años más tarde, en el 221, el historiador Sexto Julio Africano realiza el primer intento cristiano de escribir una Historia Universal, titulada Chronographiai, en la aparece indicado por primera vez el 25 de diciembre. Sin embargo, no será hasta el año 350 cuando el Papa Julio I, tratando de adaptar al cristianismo las costumbres paganas que prevalecían en aquella época, pedía que el 25 de diciembre se estableciera como fiesta religiosa en la que se celebrara la llegada al mundo de Jesús, coincidiendo así con las fechas próximas al solsticio de invierno, en que muchos pueblos del hemisferio norte celebraban ancestralmente el nacimiento de sus dioses solares y en el Imperio Romano se organizaban los festejos dedicados al dios Saturno, que precisamente culminaban ese día 25 diciembre. Esta fecha será decretada, ya de manera definitiva, por el Papa Liberio en el año 354, a pesar de que nunca se pudo establecer con exactitud cuál había sido el día en que se produjo el nacimiento, debido a que no existen fuentes históricas que lo certifiquen y las únicas referencias, bastante confusas, vienen dadas por los evangelios. Si bien, ateniéndonos a ellos, casi con seguridad que no pudo suceder en diciembre, ya que hablan de cómo en aquella época algunos pastores dormían al raso con sus rebaños, lo que nos situaría entre los meses de marzo y octubre, que era cuando esto ocurría, mientras que durante el invierno el ganado permanecía estabulado. De la misma manera, que las menciones que se hacen de Herodes el Grande, rey de Judea, nos confirman que Jesús tuvo que nacer seis o siete años antes de lo que pensamos, ya que Herodes murió en el año 4 a. de C.      

      En cualquier caso, no tiene demasiada importancia que los hechos sucedieran en uno u otro año, en uno u otro mes. La importancia reside en los hechos en sí y en el significado que tengan para cada uno y para sus creencias. Así, lo realmente importante es que la Navidad continúe cada año reuniendo a las personas, en unos días que deseamos que sean de paz y reflexión.

A todos, Feliz Navidad