Le Petit Journal Illustré en 1920 - Armand Rapeño |
En los primeros tiempos de la cristiandad, la Cuaresma no tenía una duración exacta. Fue a partir del siglo IV cuando se fijó en seis semanas, a imagen de aquellos cuarenta días que Jesús pasó de ayuno y meditación en el desierto justo antes de su muerte y resurrección. El ayuno fue, por tanto, una práctica habitual entre la comunidad cristiana durante ese periodo, sin embargo, a lo largo de aquellas seis semanas, no se podían cumplir cuarenta días efectivos de abstinencia, porque los domingos, al ser el Día del Señor, no se ayunaba. Se decidió entonces añadir cuatro días más antes del primer domingo, que permitían así celebrar cuarenta jornadas de ayuno desde el Miércoles de Ceniza al Domingo de Pascua, siendo éste el posterior a la primera luna llena de la primavera.
La llegada de este periodo de recogimiento, está marcada, sin embargo, por unas jornadas de un carácter mucho más festivo, los Carnavales, que tienen lugar los tres días anteriores a la Cuaresma, aunque en muchos lugares sus celebraciones se extienden a lo largo de dos semanas o incluso más. Hay quien considera que carnavalesco es todo el tiempo que transcurre desde la Navidad hasta la Cuaresma, por las características especiales de las fiestas que se suceden a lo largo de esa época. Algunos historiadores, creen que sus orígenes se podrían encontrar hace unos cinco mil años, en las reuniones que los campesinos sumerios celebraban disfrazados y enmascarados alrededor de las hogueras, con las que festejaban la fertilidad de la tierra y alejaban los malos espíritus de las cosechas. Desde luego, lo que sí parece claro, es la relación que los Carnavales podrían tener con muchas de las fiestas paganas que se celebraban en la antigua Roma, como las "kalendae lanuariae", en las que comparsas de hombres disfrazados se burlaban de toda clase de personajes célebres e instituciones; las "saturnales", durante las cuales se realizaban diferentes ritos de inversión jerárquica; las "lupercales", en los que, tras el sacrificio de unas cabras, los jóvenes se untaban el cuerpo con la sangre de los animales muertos y corrían, cubiertos tan sólo por unas pieles, azotando con varas a la gente, especialmente a las mujeres; o las "matronalia", en las que los hombres hacían regalos a sus esposas y se ensalzaba a las mujeres durante toda la jornada que duraba el festejo.
Existen varias propuestas a la hora de buscar la procedencia de la palabra Carnaval, que venimos empleando en España desde el siglo XVII. Parece que su origen está en el vocablo "carnevale", muy utilizado en la Italia medieval y que provenía, a su vez, de "carnelevare", que significa "quitar la carne", en una clara referencia al periodo de ayuno que viene a continuación. Sin embargo, a lo largo de los tiempos, se han utilizado otras expresiones muy diferentes, como "carnestolendas", que tiene el mismo significado que la anterior y en la que podemos identificar el "carnestoltes" utilizado actualmente en Cataluña. Otra curiosa expresión es "antruejo", que proviene del latín "introitus" y significa "entrada", una clara alusión de cómo estas fiestas sirven de paso hacia la Cuaresma. Aquí podemos encontrar el origen de palabras como las que se utilizan para los Carnavales en Asturias, "antroxu" y en Galicia, "antroido" o "entroido", como también los llaman por tierras del Bierzo. Además, otro término muy utilizado en España entre los siglos XIV y XVI es "carnal" que, evidentemente, quiere decir "de la carne".
Desde la Edad Media, las fiestas de Carnaval han sido muy populares a lo largo de toda Europa, desde el pueblo llano hasta las más altas clases sociales, donde alcanza determinados niveles de refinamiento y elegancia que, aún hoy, podemos encontrar en un Carnaval de reputado nombre como es el de Venecia. Además, como otras muchas costumbres, no tardarán en pasar desde el viejo continente hasta América, donde arraigan con mucho éxito, como bien lo demuestran los célebres Carnavales de Barranquilla, en Colombia; Veracruz, en México o, cómo no, el de Río de Janeiro, sin duda el más famoso y espectacular del mundo.
Fue, precisamente en el medievo, cuando el Carnaval adquiere el aspecto con el que lo conocemos actualmente, una celebración con un cierto carácter transgresor, que nos permitirá durante unos días romper con determinadas normas sociales, invirtiendo nuestra personalidad a través de los disfraces; parodiando y criticando a instituciones o a célebres personajes de la política y la sociedad; comiendo y bebiendo copiosamente aquellos alimentos que, como la carne, pasarían a estar más restringidos durante la Cuaresma; o comportándonos de una forma más desinhibida, más espontánea, bailando, saltando, o fustigando y arrojando cosas a los demás, en una cierta locura "controlada" que forma parte de estas fiestas. Todo esto llevará, ya en el Renacimiento, a que haya diferentes intentos de controlar o, incluso, prohibir estas fiestas o algunas de sus prácticas en muchos lugares, como sucedió aquí en España durante la última dictadura, época en la que no se permitían estas celebraciones, limitándose el Carnaval a una fiesta de carácter infantil. Hoy en día, por suerte, podemos disfrutar con libertad de los festejos que Don Carnal lleva por todos los pueblos, en sus diferentes variedades, antes de dar paso a Doña Cuaresma, que un año más llegará recordándonos que polvo somos y en polvo nos convertiremos.
Así que ¡Viva don Carnal!.