Que el tiempo pasa irremediablemente, es una de las verdades más irrefutables que existen. Así, cada año volvemos a encontrarnos con las mismas celebraciones, las mismas fiestas, las mismas efemérides que el anterior. Uno de esos días que, para disfrute de muchos y desesperación de otros, llega inevitablemente cada año, es el 28 de diciembre: día de los Santos Inocentes.
Ese día, los aficionados a las bromas están en su salsa, ya que, tradicionalmente, es costumbre gastar algún tipo de inocentada. Desde la más típica y sencilla de pegar un monigote de papel a la espalda, hasta otras más enrevesadas y, a veces, desagradables. Las nuevas tecnologías permiten que las bromas se vayan sofisticando y los mensajes MSN o las cámaras ocultas van sustituyendo a otros métodos más "artesanos". Ni siquiera de los medios de comunicación te puedes fiar un día así. Raro es el periódico, la radio o la televisión que no te intente colar de rondón alguna noticia falsa, entre todos esos sucesos absurdos o increíbles que suelen aparecer habitualmente.
Fiesta del Obispillo |
Esta práctica de las bromas o inocentadas, tiene su origen en el Centro de Europa durante la Edad Media, cuando cada 6 de diciembre, día de San Nicolás de Bari, en las escolanías de algunas catedrales se celebraba la buena relación que este santo tenía con los niños, cediéndoles a estos el protagonismo durante unos días. Así, existía la tradición de invertir los papeles de gobierno con un niño al que se elegía entre los del coro. El obispo dimitía simbólicamente de su cargo y el muchacho, vestido con sus ropas, era proclamado "obispillo" y ejercía la máxima autoridad asistido por sus compañeros vestidos de sacerdotes, desempeñando su mandato hasta el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. Esta costumbre, posiblemente heredera de las saturnales romanas en las que de manera irreverente y burlesca se invertían las jerarquías, fue extendiéndose a otros muchos lugares y adquiriendo una gran popularidad entre la gente, por las travesuras y bromas que los chavales hacían mientras recorrían las calles durante su transformación, algo muy propio de su edad, como bien se puede entender. Aquello, sin embargo, acababa casi siempre derivando en una fiesta grotesca en la que, habitualmente, el clero aparecía ridiculizado, por lo que, poco a poco, se fue vetando en varios sitios hasta que, durante el Concilio de Trento, la Iglesia acordó su total prohibición. En la actualidad, existen algunos lugares en los que se ha ido recuperando de nuevo, a modo de representación popular, aquella vieja "Fiesta del Obispillo" de la que llegaron, hasta nuestros días, las travesuras y las bromas convertidas en las inocentadas que hoy muchos sufrimos o practicamos durante el día de los Santos Inocentes. Un día, que aparece en el santoral por un motivo menos lúdico y, sin duda, mucho más trágico.
La Masacre de los Santos Inocentes - Daniele da Volterra |
La celebración del día de los Santos Inocentes tiene su origen en una matanza que sucedió, tal y como nos cuenta el Evangelio de Mateo, en la época en la que tuvo lugar el nacimiento de Jesús. Según Mateo, los Reyes Magos llegaron a Jerusalén preguntando dónde era el lugar en el que había nacido el futuro rey de los judíos. Al enterarse Herodes "el Grande", que reinaba en aquel momento, temió que se cumplieran las profecías y que realmente llegara un Mesías que pusiera en peligro su poder. Engañó entonces a los Reyes Magos, pidiéndoles que, cuando se enterasen del lugar donde estaba el recién nacido, se lo comunicaran para él mismo ir a adorarlo. Pero Dios avisó a los Reyes que, tras entregar sus regalos, regresaron a sus tierras por otros caminos sin pasar por Jerusalén y avisó también a José, que huyó a Egipto con su familia, salvando así al pequeño Jesús. Esto no lo sabía Herodes que, tras enterarse por los sacerdotes del Templo de Jerusalén de que el lugar donde había nacido aquel niño era Belén, ordenó a sus soldados entrar en la ciudad y matar a todos los niños menores de dos años. La orden fue escrupulosamente acatada y aquella noche morían treinta niños degollados por los soldados del bárbaro rey. En el siglo IV d. de C. la Iglesia decidió dedicar cada 28 de diciembre a la memoria de aquellos pequeños vilmente asesinados, aquellos Santos Inocentes.
Esta historia sólo aparece en el Evangelio de Mateo y ningún historiador de la época se refiere a ella, por lo que son muchos los expertos que piensan que no ocurrió de verdad y que Mateo tergiverso los sucesos confundiéndolos con lo que, en su momento, le sucedió a Moisés.
Nosotros, por nuestra parte, preferiríamos creer que realmente nunca se produjo un suceso así.
Los Cuadernos de Urogallo
La Cocina de Urogallo