lunes, 9 de enero de 2012

Nicolás Copérnico

En el año 2005 se descubría una tumba bajo un tilo en la Catedral de Frombork, en Polonia. Tras someter los restos encontrados a un examen de ADN y compararlos con el de un pelo hallado en un libro perteneciente a Nicolás Copérnico, se llegó a la conclusión de que, efectivamente, aquellos restos correspondían al célebre científico polaco fallecido el 24 de mayo de 1543 .

Nicolás Copérnico
Nicolás Copérnico nacía en Polonia, en la localidad de Torun, un 19 de febrero de 1473, en el seno de una acomodada familia de comerciantes. Tras quedar huérfano a los diez años, se hizo cargo de su educación un tío materno, canónigo de la catedral de Frauenburg. Así, comenzó su formación en la Universidad de Cracovia y más tarde viajó a Italia para estudiar medicina y derecho canónico en la Universidad de Bolonia, donde recibió la influencia del humanismo italiano y se instruyó en los clásicos. De regreso a su país ocupó un cargo como consejero de su tío, que por entonces ya era obispo. A su muerte, se encargó de la administración de los bienes del cabildo, oficio que desempeñó durante el resto de su vida.       

Copérnico fue uno de los principales impulsores de lo que más tarde se conoció como Revolución Científica, un periodo de la historia entre los siglos XVI y XVIII, durante el cual surgirán nuevas ideas en los diferentes campos de la ciencia, que desplazarán los viejos conceptos medievales vigentes durante siglos y servirán como fundamento de la ciencia moderna.

Mapa Mundi a partir de la Geographia de Ptolomeo
Reproducido por Johannes de Armsshein
Durante su estancia en Italia, Copérnico tomó contacto con el mundo de la astronomía que, en aquella época, se regía por las viejas teorías geocéntricas surgidas en la antigua Grecia allá por el siglo VI a. de C. y planteadas por hombres como Tales, Anaxímenes o Anaximandro, que habían buscado en la propia naturaleza, y no recurriendo a los dioses como se había hecho hasta entonces, una explicación al origen de aquellos fenómenos que formaban parte de la vida cotidiana. Así, el geocentrismo defendía, básicamente, que la Tierra se encontraba en el centro del Universo, cubierta por una cúpula donde estaban las estrellas y con la Luna, el Sol y los planetas girando a su alrededor, idea que fue respaldada por Aristóteles en el siglo IV a. de C. No obstante, en esa misma época, Heráclides Póntico marcó una nota discrepante cuando trató de explicar el movimiento de las estrellas diciendo que era la Tierra la que giraba. Un siglo después, Aristarco de Samos fue más allá afirmando que la Tierra, no sólo giraba sobre sí misma, sino que, además, lo hacía alrededor del Sol. Sin embargo, estas hipótesis no conseguirían desplazar la doctrina geocentrista, que había echado sólidas raíces y más aún, cuando hacia el año 125 d. de C. el geógrafo y astrónomo Claudio Ptolomeo escribió su obra titulada Almagesto, un tratado astronómico según el cual la Tierra permanecía inmóvil en el centro del Universo, mientras los astros giraban a su alrededor, teoría que ya se mantendrá inamovible hasta el siglo XVI.

Sería Copérnico quien rescatara la vieja teoría heliocentrista de Aristarco de Samos y, tras veinticinco años dedicado a su estudio, recogió todas sus conclusiones en una obra titulada "De revolutionibus coelestium" (Sobre las revoluciones de las esferas terrestres) que fue publicada, tras su muerte, en 1543. En ella, Copérnico insistía en la idea de un Sol como centro del Universo, mientras que la Tierra y los demás planetas conocidos giraban alrededor de él.

De nuevo aquella idea chocaría con las doctrinas establecidas y especialmente con la Iglesia, que actuaba como guía espiritual y defendía sólidamente el geocentrismo. Sin embargo, en esa ocasión recibiría el apoyo de otros astrónomos, como Johannes Kepler o Galileo Galilei, que, a pesar de todas las presiones y dificultades propiciadas por el permanente conflicto establecido entre la ciencia y la fe, conseguirían mantener el camino abierto por Copérnico. Un camino que conduciría definitivamente al fin del geocentrismo. El hombre dejaba así de ser centro del Universo y pasaba a ocupar un lugar más acorde con la realidad. Pasaba a ser, apenas, una pequeñísima e insignificante parte de él.