lunes, 14 de noviembre de 2011

De castañas y magostos


Castañera de Burgos
El otoño llega cada año, aunque a veces se retrase tanto que parezca que no va a ser así, y con él aparecen por las calles de las ciudades los primeros puestos de castañas asadas que tan gratos recuerdos nos traen: el olor que inunda las frías calles por las que pasamos o los cucuruchos de papel de periódico llenos de castañas bien calientes, que aprovechamos para calentar las manos o meterlos en el bolso del abrigo y llevar el calor al cuerpo.

       Este pequeño fruto altamente energético y rico en vitaminas y minerales, era ya consumido por los seres humanos en el paleolítico. A la Península Ibérica llegó de mano de los romanos, que utilizaban el pan de harina de castañas para alimentar a sus legiones. Desde entonces, desempeñó un importante papel en la alimentación de mucha gente de diferentes zonas peninsulares, especialmente en el medio rural, hasta el siglo XVI, en que otros productos llegados del Nuevo Mundo, como el maíz o la patata, irrumpieron en las costumbres culinarias de la población, desplazando a nuestra protagonista.

       Sin embargo, las castañas siguieron formando parte de las tradiciones de muchos pueblos y, con frecuencia, aparecen en diversos rituales relacionados con los difuntos. En muchas zonas del norte peninsular existe la costumbre de comer castañas asadas el Día de las Ánimas. En Galicia se comían en la víspera de Difuntos bajo la creencia de que por cada castaña comida, se liberaba un alma del purgatorio. Y son muchos los lugares donde se dejaba esa noche un buen puñado de castañas asadas para "los ausentes" que, al terminar la celebración de los vivos, se acercaban a calentarse entre las brasas que aún quedaban en las hogueras. Así, desde finales de octubre y durante casi todo noviembre, especialmente entre el Día de Difuntos y el de San Martín, se celebran populares fiestas en muchos puntos de la geografía peninsular, cuyas protagonistas son las castañas asadas al fuego, siempre purificador y presente en tantas celebraciones.

       En Galicia llaman a estas fiestas Magostos y, en ellas, suelen acompañar a las castañas con vino nuevo de la cosecha, además de bailes y juegos populares, como el de tiznarse la cara unos a otros. En Asturias el Magüestu o Amagüestu, en el que se acompañan de sidra dulce, el zumo de la manzana recién pisada y sin alcohol, para disfrute también de los más pequeños. Los vascos la llaman Gaztañerre y suelen acompañar las castañas de Morokil, una crema hecha de harina de maíz. Para los catalanes son las Castanyadas, de las que también forman parte el moscatel, las frutas confitadas, los boniatos y unos pequeños pasteles que llaman panellets. En Cantabria las llaman Magostas; en Málaga Tostonas; en Extremadura Chiquitías, MagostosCalvochás o Calbotes. Este último nombre se utiliza también en algunas zonas de ZamoraÁvilaSalamanca y Toledo. En Portugal son los Magustos. Y así podríamos seguir enumerando tantos nombres como sitios donde se celebran, casi siempre acompañadas de juegos y música de instrumentos tradicionales. 
   
       Hoy en día, muchas son las casas de comidas que están recuperando aquellos ricos potes de castañas, que antaño fueron base de la alimentación de tantos hogares y vemos a las castañas formando parte de sabrosos manjares, como relleno o acompañamiento de carnes, en cremas y purés o en deliciosos postres como el exquisito Marrón Glacé, devolviendo así a la castaña un protagonismo que nunca tendría que haber perdido.